VIERNES DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO


CRISTO, EL SEÑOR

         1. “El Señor, sobre el Sinaí, en su santuario” (del cielo) (Verso aleluyático). “Exaltad al Rey de Reyes” (Antífona de Laudes). La Ascensión es un día de triunfo para Cristo. Cristo es el Señor.

2. Cristo es el Señor, Dominus, Kyrios (Flp. 2, 11). Él “obró la redención del pecado y se sienta a la diestra de la Majestad, en las alturas. Por eso está tanto más elevado por encima de los ángeles, cuanto el Nombre que Él ha heredado sobrepuja al nombre de aquéllos. Porque, ¿a qué ángel dijo Dios alguna vez: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a todos tus enemigos por escabel de tus pies?” (Hebr. 1, 3 – 4 13). No sometió Dios a los ángeles el mundo venidero (la Iglesia del Nuevo Testamento), sino a Cristo, a su Hijo. “¿Qué es el hombre, para que le engrandezcas? Le hiciste (al Hijo de Dios humanado) un poco (de tiempo) menor que los ángeles y le coronaste (en su ascensión) de gloria y honor. Lo has sujetado todo bajo sus pies” (Sal. 8, 5 – 8). Es decir: que Dios lo ha sometido todo a Él y, por tanto, no existe ninguna cosa (creada) que no esté bajo su dominio (Hebr. Cap. 1 y 2). Confesemos, pues, alegremente que todo está sometido a Él: “Se me ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra” (Mt. 28, 28). Y cantémosle con el Gloria de la Misa, cada vez con nueva y más viva fe: “Tú, que estás sentado a la diestra del Padre, compadécete de nosotros. Porque Tú solo eres el Santo, Tú solo el Señor. Tú solo el Altísimo, Jesucristo, junto con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre.” Demos gracias al Padre por haberle ensalzado así y por haber sometido a Él todas las cosas. Sometámonos también nosotros a Él, a su palabra a sus preceptos, a su voluntad, a su Iglesia, a sus representantes.
El señorío de Jesús significa su derecho a servirse de todo lo que está sometido a Él, en el cielo y en la tierra, en el tiempo y en la eternidad: ángeles, hombre y toda otra cualquier criatura. Todo tiene que servir y vivir, ahora y durante toda la eternidad, para  la honra y para la voluntad, lo mismo del Padre que del Señor exaltado, de Nuestro Salvador. “Tú solo eres el Señor.” Y esto no sólo de cuando en cuando, en el domingo o en determinadas horas del día. No; todos nuestros actos, internos y externos, todas nuestras obras y actividades, por numerosas que ellas sean, tienen que servirle a Él, tienen que procurar su honra, tienen que predicarle a Él, tienen que estar conformes con su voluntad.  Lo más íntimo, lo más profundo, lo último, lo más querido de nosotros, todo nuestro ser, toda nuestra esencia a Él pertenece y tiene que vivir para Él. “Tú solo eres el Señor”, el supremos Señor de todo. Un señorío al que está sujeto absolutamente todo. ¡Tanta es la subordinación a Jesucristo en que nos ha situado Dios a los hombres, con todo lo que somos y podemos, con toda nuestra esencia! Es una subordinación que no afecta solamente a cada individuo en particular, sino también a la totalidad como tal, a todos los tiempos, a todos los pueblos y naciones. Los cielos, la tierra y los infiernos tienen que confesar, hoy y durante toda la eternidad, para glorificación del Padre, que “Cristo es el Señor” (Flp. 2, 10 sg.). Nosotros creámoslo así. Reconozcamos el señorío de Jesús sobre nosotros, sobre la humanidad, sobre todo. Oremos para que todos se sometan a Él y le confiesen por su Señor. ¡Venga a nos el tu reino!”

3. “El que se humilla será exaltado.” Cristo “se despojó de sí mismo y se hizo semejante a los hombre; se anonadó se hizo obediente hasta la muerte. Por eso Dios lo ha exaltado  le ha dado un Nombre sobre todo nombre” (Flp. 2, 7 sg.).
Todo está sometido a Él. “Ahora aun no vemos todas las cosas sujetas a Él” (Hebr. 2, 8). Al contrario, nos parecerá muchas veces como si Satanás continuara siendo todavía el príncipe del mundo. Se presentarán con frecuencia ante nosotros los tenebrosos enemigos, capaces de descorazonarnos; nos admiraremos de la preponderancia de Satanás, del triunfo de la incredulidad, del pecado, del mal. A pesar de todo, sigamos creyendo con firmeza, aunque no lo veamos, que Jesús posee el poder y el señorío universales. Confiemos ciegamente en su robusto brazo, en su sabia providencia, en su amor, con el cual obra en todo y en todos, para salvarlos a todos. No comprendemos los misterios de la sabiduría, del amor y del poder de Jesús porque tampoco podemos comprender los misterios de la sabiduría, del amor del poder de Dios.”Bienaventurados los que no ven y, sin embargo, creen” (Jn. 20, 29).

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