FIESTA DE CORPUS CHRISTI
LA SANTA EUCARISTÍA
1. Hoy debe ser un día de acción de
gracias por la institución de la santa Eucaristía como sacrificio y como
sacramento. “Les alimentó (a los fieles, a nosotros) con la flor de la harina y
les sació con la miel (dulzura) de la piedra (Cristo). Aleluya, aleluya,
aleluya” (Introito). ¡Cristo en medio
de nosotros! ¡Con su divinidad y su humanidad, con su cuerpo y con su alma!
¡Él, Hijo de Dios, se ha hecho nuestra oblación al Padre, nuestro Supremo
Pontífice, nuestro alimento, nuestro amigo cariñoso, nuestro asiduo huésped en
el silencioso retiro del sagrario!
2. Promesa de la santísima Eucaristía (Evangelio). Jesús acaba de
alimentar milagrosamente a la enorme muchedumbre de gente que le ha seguido, a
través del desierto, hasta la otra orilla del lago de Genesareth. Durante la
noche retorna los suyos, caminando a pie
enjuto sobre las aguas. De este modo, se muestra señor de la naturaleza y de
los elementos. Otro día, la turba vuelve
a apretujarse en torno suyo. Esperan que vuelva a alimentarles con un
nuevo pan milagroso. Él les habla en la Sinagoga de Cafarnaúm. “Mi carne es verdaderamente
comida, y mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre, permanece en mí y yo en él. Del mismo modo que me envió vivo el Padre y
yo vivo por el Padre, así, el que me come a mí, vivirá por mí. Éste es el Pan
que descendió del cielo. No es como el maná que comieron vuestros padres, los
cuales murieron después: el que come este Pan, vivirá eternamente.” Muchos de
sus discípulos murmuraban, diciendo: “Duras son estas palabras: ¿quién podrá
escucharlas?” Y abandonaron a Jesús. Nosotros, en cambio, digamos con Pedro:
“Señor, tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos en ti y sabemos que
eres el Santo de Dios” (Joh. 6, 68).
Institución
de la santísima Eucaristía (Epístola). “Hermanos: Yo recibí del mismo Señor lo que os he
enseñado, o sea, que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado tomó el
pan y, dando gracias, lo partió y dijo: “Tomad y comed: éste es mi cuerpo, que
será entregado por nosotros. Haced esto en mi memoria.” Después de cenar. Tomó
igualmente el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre.
Haced esto en mi memoria, cuantas veces bebáis.” Según esto, siempre que comáis
este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor, hasta que él
venga. Por consiguiente, todo el que comiere este pan y bebiere este cáliz
indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pruébese, pues, a
sí mismo el hombre y, solo así, coma de este pan y beba de este cáliz indignamente,
comerá y beberá su propio juicio (condenación), por no distinguir el cuerpo del
señor (de la comida ordinaria).”
3. El Señor nos prometió y nos dio
la santa Eucaristía. Lo que adoramos y poseemos sobre el altar, en la sagrada
comunión y en el sagrario, no son solo pan y vino: son el verdadero cuerpo y la
verdadera sangre del Señor. Es el mismo Señor, glorioso, total, indivisible,
con toda la plenitud de su divinidad y de su humanidad. Es el Señor “lleno de
gracia y de verdad, y de su plenitud todos hemos recibido: gracia por gracia” (Joh. 1, 14-16). Él mismo es quien está
y vive con nosotros en el santísimo Sacramento. No está solo en imagen. No está
tampoco como una fuerza que, procediendo de Aquel que está sentado a la diestra
del Padre, nos salve. Está y vive en medio de nosotros Él mismo en persona: el
mismo Cristo que concibió y parió la Virgen María; el mismo que murió por
nosotros en la cruz y que resucitó glorioso de entre los muertos.
“Creo en un solo Señor Jesucristo, hijo Unigénito de Dios”, presente aquí en el
Santísimo Sacramento. “Nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de
Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado, no hecho, consubstancial al Padre. Por él fueron
creadas todas las cosas. Por nosotros y por nuestra salud descendió de los
cielo. Se encarnó, del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María y se hizo
hombre. Fue crucificado por nosotros, padeció muerte bajo Poncio Pilatos y fue
sepultado. Resucitó al tercer día, según las Escrituras. Subió a los cielos y
allí está sentado, a la diestra del Padre. Volverá otra vez, con gloria, a
juzgar a los vivos y a los muertos: y su reino no tendrá fin” (Credo de la Misa).
¡Dios con nosotros! No se aparece
solamente en la palabra, que se dirige al espíritu del hombre. Ni solo en la
gracia, que se infunde en el corazón. Aparece, además, de un modo visible,
palpable, acomodado al hombre sumergido en la realidad. De un modo visible se
apareció al primer hombre, en el paraíso. De un modo visible ardiendo. Y al
pueblo escogido, en la nube y en la columna del fuego, a través del desierto. Y
sobre el Arca de la Alianza, bajo el símbolo de una nube. El Hijo de Dios
vuelve a presentarse de un nuevo modo visible en su encarnación, hecho Dios y
hombre en una sola persona, nacido de
la Virgen María. “Nosotros hemos contemplado su gloria, la gloria del Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Joh.
1, 14). “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, no solo durante
los breves años de su vida terrena, sino también de un modo continuo y estable,
permaneciendo presente en el santísimo Sacramento. “He aquí que yo esto con
vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” (Matth. 28, 20). Permanece con nosotros en el milagro de su amor:
en el santísimo Sacramento. El amor del Infinito inventa el infinito “Dios con
nosotros”, el Emmanuel de la santa Eucaristía. Creamos en este eterno estado de
amor de nuestro Dios. Démosle gracias por ello. Considerémonos felices poder
poseer la santa Eucaristía.
Renovemos hoy nuestra fe en la
presencia del Señor en el tabernáculo. Renovemos nuestra confianza, nuestro
amor y nuestra sumisión a Él. “¡Cuán amables son tus tabernáculos, oh Dios de
los ejércitos! Mi alma desfallece y ansía morar en tu santo templo: ¿cuándo
podré penetrar en él? ¿Cuándo podré presentarme ante Ti? (Ps. 83, 2.)
“En Ti, Señor, ponen sus ojos todos:
y Tú les das el sustento a su debido tiempo. ¡Abres tu mano, y todo lo que vive
hinches de bendición” (Gradual), de
gracia, en el sacramento de la santa Eucaristía!
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