MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
“SED MISERICORDIOSOS”
1. Navidad, Pascua, Pentecostés:
¡hondos misterios de la infinita misericordia que Dios ha tenido con los
hombres, con todos y con cada uno de nosotros en particular! “nos mostró su
amor hacia nosotros, enviando al mundo a su Hijo Unigénito, para que todos viviésemos
por Él” (Epístola). “Cantaré, pues,
al Señor, que me ha colmado de bienes” (Introito).
Cantémosle, no solo con palabras y afectos, sino también, y sobre todo, con
obras, teniendo compasión de nuestros hermanos en Cristo y haciéndoles todo el
bien que podamos.
2. “Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
No juzguéis (sin caridad), y tampoco seréis juzgados. No condenéis, y no seréis
condenados. Perdonad, y seréis perdonados.” “Como también vuestro Padre es misericordioso.”
¿Qué es la Encarnación del Hijo de Dios, sino una obra del amor misericordioso
del Padre? “¡Tanto amó Dios al mundo!” (Jh.
3, 16). Y, cuando el Padre ordena a su Hijo que se encarne y se inmole por
nosotros, para saldar la deuda contraída por nuestros pecados: ¿Qué otra cosa
hace con esta orden, sino demostrarnos su inmenso y compasivo amor, que no perdona
ni a su propio Hijo, a trueque de salvar al esclavo? ¡Amor misericordioso de
Dios! ¡Con cuánta frecuencia hemos quebrantado, después del Bautismo, nuestra
fidelidad a Dios! ¡Con qué facilidad hemos ofendido, despreciado y pospuesto a
cualquier liviano y pecaminoso placer! Si Él quisiera, habría más de mil
motivos para que nos abandonase y nos alejase para siempre de sí. Sin embargo,
se compadece de nosotros y vuelve a perdonarnos de nuevo. “Nos salvó, no por
las obras buenas, que hubiéramos hecho nosotros, sino por pura misericordia
suya” (Tit. 3, 5). “Vivo yo, dice el
Señor: no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva” (Ez. 33, II): “¿Puede acaso, la madre
olvidarse de su hijo? Pues, aunque ella se olvidara, yo no me olvidaré de ti,
dice el Señor” (Is. 49, 15). “Sed
misericordioso, como también vuestro Padre es misericordioso.” Misericordiosos
con todos y, sobre todo, con los que nos hacen mal, con los que nos mortifican.
“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23, 34). ¡Misericordiosos con el pecador! ¡Odio al pecado,
compasión del pecador! Misericordiosos, con el corazón y con las obras del
compasivo Samaritano. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia” (Mt. 5, 7)
Dad
y se os dará: os
arrojarán en vuestro regazo una medida buena, apretada, prensada y rebosante
por todas partes. Porque, con la misma medida que midiereis, seréis medidos” (Evangelio). ¡Palabra del Salvador,
santa, infalible! ¡Una orden y una promesa! ¡Una promesa, confirmada más de mil
veces en la vida! ¡Una orden, que se cumple perfectamente con muy poquita cosa!
Y una ley fundamental de la Providencia divina: “Con la misma medida con que
midiereis, seréis medidos.” “Da a todo el que te pidiere, y no desprecies al
que quiere pedirte algo prestado” (Matth.
5, 42). “El que poseyendo los bienes de este mundo, cerrare sus entrañas al
hermano, que padece necesidad, ¿cómo podrá decir que permanece en él el amor de
Dios?” (I Joh. 3, 17). “En verdad os
digo: el que diere un vaso de agua fresca al más pequeño de éstos por ser
discípulo mío, no perderá su recompensa” (Matth.
10, 42). “Acuérdate”, dice San Agustín, comentando este Evangelio,
“acuérdate de que todos nosotros, cuando oramos, aparecemos ante Dios como
mendigos. Nos sentamos ante las puertas de la gran casa paterna y queremos
alcanzar alguna cosa, ¿Qué pedimos? A dios mismo. El pobre te pide a ti un
mendrugo de pan. Y ¿qué es lo que tú pides a Dios? Nada menos que a Cristo, el
cual dice de sí mismo: “Yo soy el Pan vivo, que descendió del cielo.” Cuando
nos presentemos ante las puertas de la casa paterna y le pidamos algo al Padre,
Él “nos medirá con la misma medida con que nosotros hayamos medido”. “Dad, y se
os dará.” Dad con abundancia, y se os dará abundantemente; dad poco, y se os
dará con escasez. ¿Hemos reflexionado seriamente sobre esta ley del dar y del
recibir?
3. ¿Quieres que Dios te perdone?
Pues perdona tú. ¿Quieres que Dios te conceda alguna cosa? Pues da, y se te
dará” (San Agustín).
¡Perdonar y dar! He aquí el
verdadero Espíritu de Cristo y del cristianismo. ¡Qué desconocido, qué
olvidado, aún por nosotros, los cristianos!
Comentarios
Publicar un comentario