LA SÉPTIMA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
“EN CRISTO
JESÚS.”
1. “Todos nosotros hemos sido bautizados en Cristo” (Epístola).
Según la vigorosa expresión del Apóstol, por el santo Bautismo hemos sido
sumergidos, sepultados, injertados en la persona de Cristo y, por lo mismo,
estamos unidos a Él por la más estrecha e íntima comunidad de vida. Hemos sido
elevados e incorporados a la esfera de la misma vida que palpita en Cristo y en
su cuerpo místico. ¡Tal es el inefable misterio con que comenzó nuestra vida
cristiana!
2. El santo Bautismo es el hecho sobrenatural más
importante realizado por Dios en la vida del hombre. Es, para cada
individuo en particular, lo que fue para la humanidad en general la Encarnación
del Hijo de Dios. Sobre este hecho, objetivo y fundamental, e basa toda la
“construcción de Dios” (1 Cor. 3, 9) en nosotros. Comparado con él,
significa nada o casi nada todo lo que nosotros podamos lograr con nuestros
esfuerzos personales por alcanzar la perfección. Pero, por otra parte la tarea
que nos impone ese hecho divino, realizado en nuestro santo Bautismo, es de una
grandeza abrumadora. El Bautismo, que recibimos un día, implica en nosotros la
obligación, urgente y universal, de aspirar constantemente a la perfección
cristiana, a la santidad. Con un absoluto e ilimitado “debes”, nos inculca la
necesidad, personal e irrecusable, de trabajar sin descanso en el desarrollo,
dad vez más perfecto, de nuestra salud sobrenatural. Por eso, el santo
Bautismo, bien comprendido y debidamente apreciado, constituye un instrumento
de progreso espiritual de un valor y de una eficacia incomparables. Es el
verdadero punto de partida de nuestra vida y de nuestras aspiraciones
cristianas. Es quien da el tono, la actitud, la orientación fundamental a
nuestra vida y todas nuestras ambiciones espirituales. “También vosotros debéis
consideraros como seres muertos al pecado y vivos solamente para Dios en Cristo
Jesús” (Rom. 6, 11).
El santo Bautismo unos engendra en Cristo. Pero no lo hace solamente como un
acto esporádico y transitorio. Al contrario, crea una permanente e íntima unión
vital, una verdadera comunidad de vida con Cristo en su cuerpo místico, en el
organismo espiritual de la santa Iglesia. La gracia del santo Bautismo es la
gracia original. Ella es la que nos impulsa a renovar, a desarrollar y a
profundizar, cada vez con mayor alegría, convencimiento y perfección, nuestra
comunidad de vida con Cristo, adquirida en el santo Bautismo. ¿Cómo realiza
esto? Incitándonos constantemente a “morir al pecado y a vivir solo para Dios
en Cristo Jesús”. Quizás tengamos verdaderos deseos de alcanzar la perfección;
pero nos falta la alegre convicción del gran hecho divino realizado en nosotros
en el santo Bautismo. No estamos convencidos, no comprendemos que este hecho
divino realizado en nosotros en el santo Bautismo. No estamos convencidos, no
comprendemos que este hecho divino en nosotros constituye el verdadero
principio y la base fundamental de todas nuestras aspiraciones sobrenaturales.
Olvidamos que nuestros esfuerzos personales solo pueden contribuir de un modo
secundario y accidental al desarrollo orgánico del germen de vida sobrenatural,
depositado en nuestra alma por el santo bautismo. ¡Cuánto más alegres y
vigorosos serían nuestros anhelos de perfección, si se fundaran sobre el vivo
convencimiento de la gran realidad divina creada en nosotros por el santo
Bautismo! Si viviéramos siempre convencidos por esta realidad, ¡cuánto más
sinceros serían entonces nuestros esfuerzos por alcanzar la perfección! ¡Qué
poderosos y eficaces serían los efectos del santo Bautismo, del
sacramento-fuente de nuestra vida sobrenatural! ¡Qué mezquinas e insignificantes
nos parecerían entonces a su lado nuestras luchas y fatigas personales por
alcanzar la perfección! ¡Con cuánto más ardor y coraje trabajaríamos entonces!
¡Cuánto más rápido, vigoroso y duradero sería nuestro progreso espiritual! Nada
tiene, pues, de extraño el que la sagrada liturgia nos recuerde con tanta
insistencia el pensamiento del santo Bautismo. Por eso, lo hemos encontrado en
las Misas de Cuaresma, en la bendición de la pila bautismal, el día de Sábado
Santo, y en las Misas de los domingos después de Pascua. Por eso, lo volvemos a
encontrar ahora en las Misas de los domingos después de Pentecostés. Más aún:
el Asperges, que precede a la Misa de todos los domingos del año, no es
sino una delicada alusión al gran sacramento del Bautismo, que recibimos un
día, al fundamento sobrenatural puesto por Dios en nuestra alma y sobre el cual
continuamos levantando ahora nosotros nuestro edificio espiritual.
3. En nuestras aspiraciones y luchas por la perfección
estamos acostumbrados a obrar inducidos únicamente por el mandato del Señor,
por su ejemplo y, sobre todo, por los llamados consejos evangélicos,
practicados por Cristo de palabra y de obra. “Si quieres ser perfecto, vete,
vende cuanto posees y dalo a los pobres. Ven después, y sígueme” (Matth. 19,
21). No está mal que obremos por estos motivos. Sin embargo, la razón
fundamental de nuestra obligación de aspirar a la perfección no radica ahí,
sino en nuestra incorporación con Cristo, de cuya plenitud y fuerza vitales
fuimos inundados en nuestro santo Bautismo. Al obrar como obramos, no miramos
las cosas más que de un modo unilateral e imperfecto. Atendemos solamente a la
obligación en sí misma y a nuestros propios esfuerzos. No nos fijamos para nada
en la plenitud y fuerza de vida creadas en nuestra alma por la gran realidad
divina que se operó en nuestro santo Bautismo. Esta plenitud y esta fuerza son
las únicas que nos empujan realmente y las que podrán llevarnos hasta la
verdadera santidad. No miremos, pues, única y principalmente a nosotros mismos,
a nuestra impotencia, a nuestra pecabilidad, a nuestros esfuerzos. Miremos
solamente a la vid, que alimenta, anima y sostiene a sus sarmientos, a
nosotros, con su propia fuerza, con su savia y con su vida.
“¡También vosotros debéis consideraros como seres muertos
al pecado y vivos solamente para Dios”, en la incorporación con Cristo, con la
Cabeza, cuyo espíritu y cuya fuerza os invaden y animan!
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