PARA NUESTRO ESCARMIENTO
1. En el Bautismo y en la Confirmación
se realizó con nosotros una misteriosa y divina selección. La liturgia del
tiempo después de Pascua y después de Pentecostés no se cansa de recordarnos nuestros
tesoros y nuestra elección gratuita. Hoy nos estimula a que seamos fieles a
nuestra gracia bautismal, a que respondamos realmente a nuestro nombre de
cristianos. “El que crea estar seguro, tenga cuidado no caiga” (Epístola).
También nosotros podemos menospreciar la gracia y hacernos infieles a nuestra
vocación ¿Y después?
2. “El que crea estar seguro, tenga cuidado no caiga.” La Epístola y
el Evangelio de hoy se esfuerzan en que pongamos toda nuestra atención en el
pueblo de Israel, en el pueblo, escogido por Dios y enriquecido por Él con un
sinnúmero de gracias. Israel es el pueblo más prodigioso de la historia. Dios
le liberta maravillosamente del poder de los egipcios. Después, le rodea de una
atmósfera de continuo prodigio y le custodia con una protección verdaderamente
excepcional. Le hace pasar a pie enjuto por entre las aguas del Mar Rojo;
establece con él un pacto, en el Monte Sinaí; le manifiesta su voluntad por
medio de los diez Mandamientos; le protege, en su peregrinación a través del desierto,
por medio de una misteriosa nube que, de día, le defiende contra los ardores
del sol, y de noche le sirve de prodigiosa lámpara, para iluminar todo el
campamento. Si tiene sed, le sacia con el agua brotada milagrosamente de una
roca; si tiene hambre, le alimenta con maná llovido del cielo. Y cuando llega,
por fin, al Jordán, después de muchos años de penosa peregrinación, le hace
pasar el río a pie enjuto. Después de darle vuelta seis veces a Jericó, entre
cánticos y sonidos de trompetas, los muros de la ciudad se desploman por sí
mismos. Al poner su pie en la Tierra Prometida, la fuerza de Dios entrega en
sus victoriosas manos a sus enemigos, los cananeos, y les da la posesión del
tan ansiado país. Israel posee el Arca de la Alianza, tiene la Ley, tiene un
sacerdocio. Más tarde, en lugar del sencillo Tabernáculo de la Alianza,
construye en Jerusalén un templo majestuoso y espléndido, desde el cual prodiga
Dios sus atenciones y cuidados sobre su amado pueblo. Israel se sabe elegido.
Se abandona confiado a su elección. “Somos hijos de Abrahán (Matt. 3, 9),
poseemos el Templo del señor” (Jer. 7, 4) –dicen orgullosos los judíos. “Se
creen seguros.” Tan es así, que, cuando llega el Mesías, doctores del pueblo,
los Sacerdotes y Escribas, le desprecian y rechazan.
El
pueblo escogido no correspondió a su elección. “No nos abandonemos a los malos
deseos, como se abandonaron ellos (los israelitas en el desierto). No os
convirtáis en idólatras, como lo hicieron algunos de ellos, según está escrito.
“Sentóse el pueblo a comer y a beber, y se levantó a danzar (en torno del
becerro de oro). No forniquemos, como fornicaron algunos de ellos, por lo cual
murieron en un solo día veintitrés mil. No tentemos a Cristo, como le tentaron
algunos de ellos, por lo cual perecieron bajo las mordeduras de las serpientes.
No murmuréis, como murmuraron algunos de ellos, los cuales fueron exterminados
por el ángel vengador. Todas estas cosas les sucedieron a ellos en imagen y han
sido escritas para nuestro escarmiento. El que crea, pues, estar seguro, tenga
cuidado no caiga” (Epístola). ¡Israel cayó! Fue abandonado y desheredado por
Dios. ¡Cuánto se preocupó el Señor por él! ¡Con qué amor solicita a Jerusalén!
Lora sobre la ciudad. “¡Ojalá conocieses, al menos en este día (en que te visita
tu Salvador), de dónde puede venir tu paz! Pero tus ojos están ahora obcecados.
En cambio, llegará un día, en el que tus enemigos te rodearán de trincheras, te
cercarán y te apretarán por todas partes, os arrojarán por tierra a ti y a tus
hijos y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Y todo esto, por no haber
conocido el tiempo de tu visitación.” Esto, exactamente, fue lo que sucedió
cuarenta años más tarde. Jerusalén, la ciudad elegida y colmada de beneficios
por Dios, cayó por no haber conocido el tiempo de su visitación, por haber
menospreciado las gracias de Dios. ¡Terrible lección para nosotros los
cristianos! ¡Escarmentemos en cabeza ajena! No basta la elección ni el ser
cristianos. Se requiere que guardemos una constante y cada vez más perfecta fidelidad
a nuestra elección, a nuestra vocación, a nuestros deberes de cristianos. Se
requiere que muramos completamente al propio espíritu, a los sentimientos
individuales y egoístas, para que el reino de Dios pueda alcanzar en nuestra
alma su pleno desarrollo.
3. “Todas estas cosas les sucedieron
a ellos de un modo figurado y han sido escritas para escarmiento de los que
vivimos ahora, en estos últimos tiempos” (es decir, en la era cristiana).
¡Ojalá no tenga el señor que decirnos como a Jerusalén: “Desconociste el tiempo
de tu visitación” y no correspondiste a la gracia!
Es necesario que la tentación cribe
también a los bautizados. De ese modo, se probará, se afirmará y confirmará su
fidelidad a Dios y a Cristo. Las tentaciones provienen del propio yo, de la
concupiscencia mala, del espíritu mundano y del amor propio, que quiere seguir
sus gustos y se opone a la acción de la gracia y del Espíritu Santo.
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