CAMINAD COMO SABIOS"

1.    “Hermanos, procurad caminar con cautela, no como necios, sino como sabios” (Epístola). Una apremiante exhortación a que, vivamos para lo único necesario: para la salvación de nuestra alma. Una exhortación, más apremiante aún, a que, con la sagrada liturgia, fijemos nuestros ojos en la próxima venida del Señor en la hora de nuestra muerte.

2.    “No como necios.”  El primer paso de la vida cristiana consiste en librarse de la “insensatez”, del pecado, de todo mal: consiste en la purificación del alma. El que quiere subir una escalera, tiene que comenzar por los escalones más bajos. Nuestra tarea primordial consiste en luchar contra nuestras faltas, en purificar de sus defectos a nuestra corrompida naturaleza, en arrancar de nuestro corazón sus malas hierbas. Esto cuesta esfuerzos y fatigas. Sin embargo, aunque los comienzos sean difíciles, el trabajo se irá haciendo cada vez más liviano, porque, una vez preparado el terreno, la fuerza de la gracia podrá actuar en el alma con entera libertad. “Tened cuidado no caminéis como necios”, como aquellos que creen que puede existir un desarrollo, un progreso, una perfección que no se base sobre el fundamento de la purificación del corazón, sobre la lucha contra los pecados capitales, contra la inclinación a determinadas faltas e imperfecciones pequeñas, contra las tentaciones, contra el poder de las pasiones. Que no se base sobre el fundamento de la mortificación de la sensualidad, de los sentidos internos y externos, de la afeminación, de la volubilidad, del humor caprichoso, de la propensión al orgullo, a la dureza, a la frialdad. Que no se base sobre el fundamento del vencimiento propio, de la reforma de los pensamientos y de los juicios, del cambio de mentalidad, de la trasformación del modo puramente natural de ver y apreciar las cosas, los acontecimientos, los hombres, las dificultades, las contrariedades de la vida, etc. Que no se base, en fin, sobre el fundamento del desasimiento, cada vez más generoso y perfecto, del propio espíritu, de los sentimientos personales, de la propia voluntad y del poder del amor propio, el cual envenena y esteriliza nuestros actos y toda nuestra vida.
Como sabios. Como sabio camina el Apóstol. Pudiera vanagloriarse de muchas excelencias: de su origen, de su talento, de su ciencia, de su celo por sus convicciones de fariseo, de intachable celador de la Ley. “Pero, lo que entonces me parecía una ganancia, lo juzgué después como un detrimento, por amor de Cristo. Lo tengo todo por pérdida, porque el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual lo abandoné todo, sobrepuja a todo lo imaginable. Sí; lo desprecio todo como estiércol, para poder ganar a Cristo y para poder ser justificado en Él. Lo desprecio todo, para poder conocerle a Él solo, para poder conocer la virtud de su resurrección y para poder asociarme a sus dolores (¡qué honroso y qué saludable es el padecer con Cristo!). Quiero unirme a Él en su muerte, para poder participar después con Él (por medio de los trabajos y dolores sufridos por Él) de su resurrección de entre los muertos. No quiere esto decir que haya logrado ya mi objetivo o que sea ya perfecto, pero sí es cierto que lo persigo y que trato de alcanzarlo con todas mis fuerzas. Con el fin ante los ojos, prosigo todos los días mi lucha, hasta conquistar el premio a que Dios me ha llamado en Cristo Jesús. Así debemos pensar todos los que somos perfectos” (Phil. 3, 5-15). ¡Cómo sabios! Cada paso que damos, nos acerca más a la venida del Señor, a la muerte, al juicio. “En la venida del Hijo del hombre sucederá lo mismo que en los días de Noé. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que llegó el día en que Noé se encerró en el arca. Ellos no se dieron cuenta, hasta que sobrevino el diluvio y los ahogó a todos. Lo mismo acontecerá con la venida del Hijo del hombre. Entonces se encontrarán dos en el campo: uno de ellos será tomado (arrebatado) y el otro será dejado. Vigilad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Atended, si el padre de familias supiera en qué hora había de venir el ladrón, vigilaría ciertamente durante la noche y no permitiría que su casa fuese allanada. Por lo tanto, estad preparados también vosotros, pues el Hijo del hombre vendrá en la hora en que vosotros menos lo penséis” (Matth. 24, 37-44).
3.    “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran fatuas y cinco prudentes. Las fatuas tomaron sus lámparas, pero no llevaron aceite consigo. Como el esposo tardara mucho en llegar, se acostaron todas y se durmieron. Al filo de la media noche se oyó el pregón, que decía: ‘Ya viene el esposo: ¡salidle al encuentro!’ Las vírgenes se levantaron y prepararon sus lámparas. Pero las vírgenes fatuas notaron entonces que les faltaba el aceite, y se fueron a comprarlo. Durante su ausencia, llegó el esposo. Las vírgenes prudentes entraron con él en el palacio de las bodas y, acto continuo, se cerraron las puertas. Poco después llegaron también las vírgenes fatuas y suplicaron desde afuera: ‘Señor, Señor, ¡ábrenos!’ Pero él les respondió secamente: ‘¡No os conozco!’ Vigilad, pues, porque no sabéis el día ni la hora” (Matth. 25, 1 sg.). “Caminad, no como necios, sino como sabios.”

“Aprovechad el tiempo, porque los días son malos. Tratad de conocer la voluntad de Dios.” La Epístola piensa en un conocimiento efectivo, práctico, de la voluntad de Dios. Piensa en un conocimiento que impulse a la acción, que nos haga aceptar y ejecutar en todo momento lo que Dios quiera de nosotros, es decir, lo que nos ordene que aceptemos y ejecutemos. ¡Ésta es la verdadera sabiduría cristiana!

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