JUEVES DE LA DECIMOCTAVA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


LA GRACIA DE LA PERSEVERANCIA FINAL.
1.   “No os falta ninguna gracia, mientras esperáis la revelación de nuestro Señor Jesucristo, el cual os confirmará hasta el fin, para que aparezcáis sin mancha el día de la venida de nuestro Señor” (Epístola). Es una nueva gracia que Dios nos concederá en Cristo. Completará con ella la obra que Él mismo comenzó en nosotros. La gracia de la perseverancia final, más grande que todas las demás gracias, nos proporcionará una muerte dichosa y después nos abrirá las puertas de la vida eterna. “¡Cómo me alegro de que me hayan dicho: Vamos a la Casa del Señor!” (Salmo del Introito.)

2.   “Él os confirmará hasta el fin” (Epístola). Grandes y numerosas son las gracias que hemos recibido de Dios. El año eclesiástico, que camina lentamente hacia su ocaso, ha sido para nosotros un año de salud. ¿Podremos recibir todavía más gracias de Dios, después de haber desaprovechado, olvidado, menospreciado las numerosas que nos ha concedido hasta aquí? ¿Podremos, contar con las que esperamos aún? ¿No deberá hacernos temblar el alerta del Apóstol: “El que crea estar seguro, tenga cuidad no caiga”? (1 Cor. 10, 12) ¿Y esta otra advertencia: “Me compadezco de quien quiero compadecerme y tengo misericordia de quien quiero tenerla. Por lo tanto, no es obra del que corre ni del que quiere (es decir, del hombre), sino de la misericordia de Dios? (Rom. 9, 15sg.) Sería tan tonto como inútil ponerse a calcular sobre si perseveraremos o no perseveraremos hasta el final. No debemos mirar al futuro: debemos contentarnos con aprovechar el momento presente, pues solo él nos pertenece. Por más que hagamos, nunca podremos merecer la gracia de la perseverancia final. Sin embargo, podemos esperar fundadamente de la bondad de Dios que Él nos dará todas las gracias que necesitemos para poder superar las muchas tentaciones que nos acometan durante nuestra vida. Cuanto más fielmente correspondamos a las gracias, mejor nos dispondremos para que Dios nos conceda otras más grandes y más eficaces y para que nos prodigue con más frecuencia su ayuda y sus favores espirituales. ¿No se ha mostrado ya infinitamente generoso con nosotros? ¿No murió el Hijo de Dios por cada uno en particular? ¿No está dispuesto a renovar otra vez su laboriosa vida terrena y su dolorosa pasión por nosotros, para salvarnos a todos? “Dios no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por nosotros: ¿No nos lo habrá dado, pues, todo con Él?” (Rom. 8, 32). Podemos, por lo tanto, confiar en que “Él nos confirmará hasta el fin”. “Sé a quien he creído” (2 Tim. 1, 12). “Dios quiere que todos se salven” (1 Tim. 2, 4).

“El que persevere hasta el fin, se salvará” (Matth. 10, 20). La perseverancia final es una gracia de Dios inmerecida e inmerecible. Sin embargo, podemos y debemos contribuir a que Dios nos la conceda. El primer medio que debemos emplear, consiste en pedírsela a Dios constantemente. Ya se la pedimos en el Padrenuestro, al decir: “Líbranos del mal” de una muerte desdichada. Que es como si pidiéramos: Concédenos la gracia de perseverar hasta la muerte en la gracia, en el bien. El segundo medio es un exacto cumplimiento de nuestros deberes religiosos, de nuestra obligación de orar y, sobre todo, de celebrar bien la santa Misa. La vida de oración de a nuestro día plenitud y tonalidad. Es nuestra fortaleza y nuestra luz y mantiene tensa nuestra buena voluntad. Es, por lo mismo, un elemento substancial de nuestra perseverancia. Cumplamos desordenada e infielmente nuestros deberes religiosos, y en seguida se tambalearán nuestra firmeza y nuestra constancia. Otro medio para lograr la gracia de la perseverancia final, consistirá en el celo y en la seriedad con que trabajemos en vencer los pecados, todos los pecados, aun los más veniales, y todas las infidelidades deliberadas. Para asegurarnos la perseverancia final, tenemos que renunciar a los hábitos pecaminosos, a la ociosidad, al trato con determinadas personas, etc. Tenemos, en fin, que refrenar nuestros pensamientos y nuestros sentidos. Un nuevo medio, para obtener la perseverancia final, nos lo proporcionan el frecuente y ordenado acercamiento al sacramento de la Penitencia y la diaria recepción de la santa Eucaristía. Nuestra purificación interior, nuestro progreso espiritual, nuestra salvación eterna, nuestra perseverancia final depende en alto grado de la manera como recibimos y aprovechamos los santos sacramentos, las fuentes de la gracia.

3.    “No os falta ninguna gracia. Él os confirmará hasta el fin.” Él “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva” (Ez. 18, 32). Creamos en su misericordia, en su amor. “Cuando Jesús vio su fe, dijo al paralítico: ‘Confía, hijo: tus pecados quedan perdonados’” (Evangelio). ¿No, nos sucedería lo mismo a nosotros, si creyéramos, si confiáramos y ejecutáramos todo lo que debemos ejecutar?
Da pacem- “Señor, da paz a los que confían en Ti.” Concédeles la gracia de una buena muerte, la gracia de la perseverancia final. Nosotros no podemos merecerla, aunque pongamos de nuestra parte todo cuanto tenemos que poner. Solo podemos esperarla de tu bondad. Confiamos en Ti.”
La maravillosa venida del Señor a nosotros, en la santa Misa y en la sagrada Comunión, es una garantía de su segunda vuelta, llena de gracia, en la hora de nuestra muerte. O, en otros términos, es la garantía de que “Él nos confirmará hasta el fin” (Epístola). “Presentad ofrendas”, en la santa Misa, “y penetrad en los atrios del Señor”, en la morada del cielo. “¡Cómo me alegro de que me hayan dicho: Vamos a la Casa del Señor!”

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