JUEVES DE LA ÚLTIMA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


EL DÍA DE LA RECOLECCIÓN

1.    “Después aparecerá la señal del Hijo del hombre. Todos verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, con gran poder y majestad.” Una vez que la malicia haya desplegado todo su poder, aparecerá después el Señor, el cual desenmascarará a la mentira, la matará con el aliento de su boca, la aniquilará con el brillo de su venida ( 2 Thess. 2, 8) y separará a los buenos de los malos, como “el pastor separa a las ovejas de los cabritos” (Matth. 25, 32). Entonces en número de los elegidos estará completo y comenzará el día de la recolección, el día del juicio final.

2.    “Dejad que crezcan juntas por ahora ambas simientes”, es decir, la cizaña y el trigo (Matth. 13, 30). ¡Una misteriosa mezcla y confusión del bien y del mal, de los hijos de la luz y de los hijos de las tinieblas, de la cizaña y del trigo, del reino de Satanás y del reino de Cristo! Dos pueblos distintos capitaneado cada cual por su rey respectivo, luchan constantemente entre sí, hasta el fin de los tiempos! En uno de ellos, domina la ley de la carne; en el otro, la ley del espíritu. Uno busca su dicha en los placeres caducos; el otro alimenta la esperanza de la vida en medio de los sufrimientos de cada día y de la muerte. Uno coloca lo terreno por encima de Dios; el otro solo tiende a lo que es de arriba. Y, sin embargo, ambos viven juntos y codeándose aquí en la tierra, aunque en su interior son diametralmente opuestos y un día serán separados por Dios para toda la eternidad. Un mismo sol sale sobre ambos. Los dos respiran el mismo aire. Sus capos son regados por la misma lluvia. Y, sin embargo, el día y la noche, el cielo y la tierra no están tan separados entre sí como lo están estos dos reinos que todos los días viven en el más estrecho contacto. Aunque la cizaña crezca con el trigo, la oposición interna entre ambos es cada vez más grande y más hiriente, la lucha entre ambos se hace cada día más violenta y encarnizada. El mal se prepara para el último combarte, para la batalla decisiva. Antes de la consumación del mundo aparecerá el “hombre de pecado”, el “sin ley”, el adversario de Dios y de Cristo. “Se levantará contra todo lo que se llame Dios y contra todo lo santo, y se sentará en medio del templo de Dios, para demostrar que él es el único Dios” (2 Thess. 2, 3 sg.). Después que haya sucedido todo esto, aparecerá el Señor para el juicio. Entonces, lo que desde el principio estuvo ya dividido interior y ocultamente, será separado también exteriormente y para siempre. “¡Apartaos de mí, malditos! ¡Venid, benditos de mi Padre!” El Señor conoció a los suyos desde toda la eternidad. En medio de la confusión del mundo, está siempre con ellos, preservándoles del mal y santificándoles. Si soporta a los malos, lo hace para que se conviertan o bien para que, por medio de ellos, se afine y acreciente la virtud de los justos. “Dejad que ambas simientes crezcan juntas hasta el tiempo de la recolección.”
“En la época de la recolección diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, atadla en manojos y arrojadla al fuego. El trigo, en cambio, congregadlo en mis graneros” (Matth. 13, 30). ¡El día de la vuelta del Señor, del juicio del mundo, de la definitiva, clara y eterna separación entre el bien y el mal, entre el reino de Cristo y el de Satanás, entre el mundo de la luz y el de las tinieblas! El colofón y el último acto con que la Providencia pondrá fin a su gran obra de dirección y gobierno del mundo terreno a través de los siglos. El juicio final completará y sellará esta obra. Será el último acto y la ratificación de toda la justicia de Dios desde el comienzo de la creación. La historia del mundo, todo lo acaecido en él aparecerá claro y patente, como un libro abierto, ante los ojos de todos, tal como fue en realidad. En este día Dios será justificado ante el hombre que le haya tachado de “Señor duro” (Matth. 25, 24). En este día celebrará el triunfo de su sabiduría, con la cual rigió y gobernó al género humano de una manera suave y, a la vez, divinamente fuerte. Este día será el día del triunfo de la justicia de Dios, la cual dará a todos según su merecido: a los justos, les librará de sus tribulaciones; a los pecadores, les castigará (Gradual). Este día será el día del triunfo del amor de Dios, el cual abrió siempre su oído y su corazón a las súplicas del hombre, solo tuvo pensamientos de paz y de salud, y no de amargura y de perdición, e hizo todo cuanto pudo por salvar al caído en el error. Este día será el día del triunfo del poder de Dios, el cual supo aprovechar el mismo mal, para realizar con él sus planes salvadores, o bien lo permitió solamente –a pesar de lo mucho que odia y aborrece-, para manifestar así su profundo y misericordioso amor hacia los pecadores y para, por medio de los malos, purificar, santificar y robustecer la virtud de los buenos. En el día de Cristo todos tendrán que proclamar: “Justo eres Tú, o Dios, y rectos son tus juicios” (Ps. 138, 17). “Los caminos del señor son misericordia y gracia” (Ps. 24, 10). El día de Cristo será el día de la separación de lo impuro, falso e injusto, de lo bueno, puro, verdadero y noble. Será el día del triunfo de la verdad sobre la mentira, de la justicia sobre la injusticia, de la fe en Dios y en Cristo sobre la incredulidad, de la fidelidad a Dios y a Cristo sobre toda traición a Dios y a su Ungido. La cizaña será recogida en gavillas, para ser quemada. El trigo, en cambio, será congregado en los graneros de Dios.

3.    Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat –“Cristo vence, Cristo es Rey, Cristo es el Dominador de todo”. Esperemos con esta fe la vuelta del Señor. “¡Venga a nos el tu reino!” Señor: ¡vence, domina!

Llenos de fe en su vuelta con poder y majestad, dobleguémonos ante la dura ley que rige al mundo: “Dejad que crezcan juntas por ahora ambas simientes”, la cizaña y el trigo. Estamos ante enigmas. ¡Grandes, difíciles e interminables pruebas de la fe! Sin embargo, no nos dejemos engañar. Sabemos que ha de llegar el día de la recolección, el día de la separación entre la luz y las tinieblas. Caminemos rectos, como hijos de la luz (Eph. 5, 8), en Cristo y en su Iglesia.

“Es necesario que vengan escándalos” (Matth. 18, 7)

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