LUNES DE LA ÚLTIMA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


“LA FIGURA DE ESTE MUNDO PASA.”

1.    “El cielo y la tierra pasarán” (Evangelio). “Hermanos míos: He aquí lo que os digo: El tiempo es breve, la figura de este mundo pasa” (1 Cor. 7, 29-31). ¡Qué pronto han “pasado” los días del año eclesiástico que ahora expira! Ya  no volverán más. Las gracias concedidas, que yo no haya aprovechado, ya no se me volverán a conceder más.

2.    “La figura de este mundo pasa.” “El tiempo es breve. Por lo tanto, los que estén casados, vivan como si no lo estuvieran; los que lloren, como si no lloraran; los que se alegren, como si no se alegraran; los que compren, como si nada poseyeran; los que trafiquen con el mundo, como si no traficaran. Porque la figura de este mundo pasa. Quiero que viváis sin preocupaciones” (1 Cor. 7, 29 sg.). No vale, pues, la pena de afanarse excesivamente por nada de lo de esta vida, ni debemos permitir que nuestro ánimo sea invadido demasiado por la alegría o por la tristeza. Todo cuanto nos rodea, todo cuanto pueda sobrevenirnos aquí, en la tierra, está condenado a la nada. En medio de sus rudos combates espirituales, el Salmista exclama. “Vigilaré todos mis caminos, para no pecar con mi lengua” y para no manifestar mi agitación interior. “Pondré un candado a mi boca, mientras me hostigue el pecador.” El Salmista se calla y permanece tranquilo. “Sin embargo, interiormente me desgarra el dolor.” Entonces piensa en la caducidad y en la nada del hombre. De este modo, recobra de nuevo su calma interior: “Dije: Señor, hazme conocer el fin de mi vida y cuantos días me restan todavía de existencia. Porque he aquí Tú me has dado los días contados y todo mi ser es como nada delante de Ti Verdaderamente, todo hombre viviente no es más que un soplo de viento y desaparece como una sombra. En vano se intranquiliza (se afana con exceso por las cosas temporales) y amontona tesoros, pues no sabe para quién serán” (Ps. 38, 2-7). “La figura de este mundo pasa.” Dura mucho menos de lo que nosotros pensamos. No vale la pena de que nos entreguemos con tanto ardor a las cosas de este mundo, a sus intereses y preocupaciones. En el santo Bautismo “nos revestimos de Cristo”. “Resucitamos” con Él a la vida para Dios. “Si resucitasteis pues, con Cristo, buscad entonces las cosas de arriba, en donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios. Saboread las cosas de arriba, no las que están sobre la tierra. Porque vosotros estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3, 1-3). “Por lo tanto, los casados vivan como si no lo fueran; los que lloren, como si no lloraran; los que se alegren, como si no se alegraran; los que compren, como si nada poseyeran. Porque la figura de este mundo pasa” (1 Cor. 7, 29-31). ¡Así piensa, así vive el verdadero cristiano!
“Se preocupa de lo que es del Señor” (1 Cor. 7, 32). ¡He aquí la Iglesia! Ella solo conoce una cosa: la causa del Señor. Solo una preocupación la inquieta, solo una gran pasión llena su corazón hasta los bordes: la pasión de “lo que es del Señor”. Por eso, su vida se caracteriza por un insaciable afán de sinceridad, de rectitud, de nobleza, de justicia, de distinción, de serenidad interior, de fecunda superación. ¿Qué otra cosa ha sido toda la vida de la sagrada liturgia, durante el año eclesiástico que está para expiar, más que una constante e incansable solicitud por lo que es del Señor? La Madre Iglesia nos ha llevado consigo todos los días al templo, lejos del mundanal ruido, para que allí aprendiésemos también nosotros a preocuparnos de lo que es del Señor. ¡Cuántas enseñanzas nos ha proporcionado en las Epístolas, en los Evangelios y en los demás textos de la santa Misa! ¡Cuántos llamamientos y cuántas exhortaciones nos han dirigido, para que cada vez renunciásemos más al mundo, para que cada vez nos uniésemos y nos incorporásemos más profundamente con Cristo! ¡Cuánto ha sacrificado y orado por nosotros durante todo el año eclesiástico que va a concluir! Bien puede repetir con el Apóstol: “No cesamos nunca de orar y suplicar por vosotros, para que Dios os llene del conocimiento de su voluntad y os conceda la plenitud de la sabiduría y de la inteligencia espiritual, para que, de este modo, podáis caminar siempre de un modo digno de Dios y tratéis de agradarle en todo; para que podáis agradecer al Dios Padre, el que nos haya hecho dignos de tomar parte en la herencia de los santos en la luz” (Epístola). ¡Cuánta luz, cuánta fuerza y cuánta gracia nos ha hecho beber la Madre Iglesia, durante todo el presente año eclesiástico, en su sacrificio y en sus santos sacramentos! Todo ello, para que cada día muriésemos más a lo terreno, para que solo nos preocupásemos y viviésemos para lo que es del Señor, para lo que es de Cristo, para lo que es eterno. ¡Ojalá tuviésemos realmente el espíritu de nuestra Madre, de la santa Iglesia!

3.    “Convierte a Ti nuestros corazones. De este modo, nos libraremos de toda ambición terrena y solo nos dominarán anhelos celestiales” (Secreta). Tal es el deseo de la santa Iglesia. Él, el Señor, es quien tiene que hacerlo, pues Él es “quien da el querer y el obrar” (Phil. 2, 13). Según la Iglesia, nuestra tarea consiste en pedir a Dios la gracia de vernos libres de toda ambición terrena y de ser dominados solamente por anhelos celestiales. “Desde lo profundo clamo a Ti, Señor. Señor, escucha mi súplica” (Ofertorio). En el sacrificio de la santa Misa el Señor ora en y con su Iglesia, ora en y con nosotros y, cuando se une con nosotros en la sagrada Comunión, nos asegura: “Os lo digo de veras: Pedid cuanto queráis en vuestras oraciones. Creed solamente que lo recibiréis y, de este modo, se os concederá” (Comunión).

“La figura de este mundo pasa.” Por eso, “usad de las cosas criadas como si no usarais de ellas” (1 Cor. 7, 31). “Si no nos desprendiéremos interiormente de todas las cosas criadas, no podremos aplicarnos a las divinas. Si somos tan pobres en la vida interior, se debe únicamente a que no hemos aprendido aún a desprendernos por completo de lo criado y perecedero. Para esto se necesita una gracia especial que eleve al alma por encima de todas las criaturas y por encima de sí misma. Mientras el hombre no se eleve interiormente por encima de todo lo criado y no se desprenda de sí mismo, todo cuanto supiere y poseyere no tendrá nunca gran valor. Siempre será pequeño y descenderá de su dignidad el que estimare por grande alguna cosa fuera del único, del inmenso y eterno Bien. Todo lo que no es Dios, es nada, y por nada se debe contar. ¡No sé qué es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que somos llamados espirituales, que tanto trabajo y tanto afán ponemos por las cosas transitorias y viles y, en cambio, descuidamos casi por completo las cosas de nuestra vida interior!” (Imitación de Cristo, lib. 3, cap. 31).

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)