MARTES DE LA ÚLTIMA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


“VENGA A NOS EL TU REINO.”

1.    “Me invocaréis, y yo os oiré, y os sacaré de vuestra cautividad en todo lugar” (Introito). Nuestro Señor y Salvador volverá con poder y majestad. Entonces, “todos los que estuvieren en el sepulcro, oirán la voz del Hijo de Dios y se levantarán de sus tumbas: los que obraron bien, para la resurrección de la vida; los que obraron mal, para la resurrección del juicio”, es decir, para la eterna condenación en el infierno (Joh. 5, 28). “Los cielos pasarán con gran ímpetu. En cambio, la tierra y sus obras serán quemadas” (2 Petr. 3, 10). El último día revelará el poder de Cristo, del Crucificado.

2.    El poder de Cristo en la resurrección de los muertos. El Profeta Ezequiel contempla un vasto cementerio. Solo se ven osamentas de muertos. Poco después, el espíritu del Señor se cierne sobre las carcomidas osamentas y pronuncia: “Voy a introducir en vosotros el espíritu, y viviréis. Os daré nervios, haré reverdecer sobre vosotros la carne y os cubriré otra vez de tersa piel. Os infundiré también el espíritu y viviréis y sabréis que yo soy el Señor. Yo abriré vuestras tumbas, pueblo mío, y os sacaré de vuestros sepulcros, para que viváis” (Ez. 31, 1 sg.). La visión del Profeta se realizará plenamente el día de la vuelta del Señor, el día de la resurrección de los muertos. Entonces, Cristo, el Señor, abrirá las tumbas de los muertos y los sacará a todos de sus sepulcros, para que vivan. Entonces todos conocerán que Él es el Señor. Él “debe reinar hasta que ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último enemigo, que será aniquilado, es la muerte” (1 Cor. 15, 25 sg.). Él llamará a los muertos, y todos sin excepción saldrán de sus sepulcros. Nadie podrá desoír su omnipotente voz Todos tendrán que obedecerle y volverán a revestirse del mismo cuerpo que abandonaron al morir. Este cuerpo se habrá hecho pedazos, se habrá convertido en polvo, habrá sido dispersado por todos los vientos. Pero el poder del Señor volverá a reunir de nuevo todos los fragmentos dispersos. La muerte será vencida y aniquilada por el poder del Señor. ¡El día de la manifestación del poder de Cristo, el día del triunfo definitivo de Cristo en presencia de todo el mundo! ¡Cómo se alegra la Iglesia del triunfo de Jesús! Es realmente “el día de Cristo”.
El poder de Cristo en la consumación del mundo. “El cielo y la tierra pasarán” (Evangelio). “Estos cielos, que existen ahora, y la tierra están reservados para el fuego en el día del juicio. Pero nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en donde habita la justicia” (2 Petr. 3, 7 sg.). A la resurrección de cada hombre en particular corresponde la redención del universo: “La creación espera ansiosa la revelación (de la definitiva gloria) de los hijos de Dios. La creación está sujeta a corrupción, pero también ella espera ser libertada de la esclavitud de la corrupción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8, 19 sg.). Lo que Dios se propuso hacer desde un principio con la humanidad y con toda la creación, lo realizará entonces para siempre. Lo que ahora yace oculto y sepultado bajo los escombros del pecado, convertido en podredumbre y en muerte, brillará entonces con purísima claridad, en medio de la inalterable armonía del ideal y de la verdad divina. “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Y vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descendida del cielo, preparada y adornada como una esposa para su esposo” (Apoc. 21, 1 sg.). El cielo, la nueva Jerusalén, la ciudad de la clara Divinidad, descenderá a la tierra. Ésta, cual una esposa enjoyada y hermosa, saldrá al encuentro del Esposo. Desde ahora para siempre ya no será más la morada del Dios oculto, velado, sino que será la morada del Dios manifiesto. El mundo de arriba y el de abajo, la naturaleza y los accidentes, el cielo y la tierra serán una misma cosa. Lo terreno será celestial, lo corpóreo será el espejo clarísimo, el reflejo exacto del espíritu. La creación penetrará en Dios. Participará de la dicha de Dios. Consumada en Dios, alcanzado plenamente su fin, ya no estará más sujeta a la corrupción, a la mudanza. No envejecerá jamás, antes florecerá siempre, como la misma belleza de Dios, en una eterna juventud. Será eternamente joven, eternamente nueva. Habrá desparecido para siempre la división entre la naturaleza y el espíritu, introducida por el pecado en los hombres y en la creación. Ahora solo reinará una admirable y universal armonía, tanto en cada hombre en particular como en todos los seres de la creación. Entonces Dios será todo en todos” (1 Cor. 15, 28). ¡Salvación, redención final de cada uno de los hombres, de las almas y de los cuerpos, de toda la creación, del cielo y de la tierra! ¡La obra del Hijo de Dios humanado realizada plenamente en su Iglesia! “¡Venga a nos el tu reino!”

3.    “El día de Cristo”, el día de la victoria, el día del triunfo de su verdad, de su humildad, de su cruz, de su amor, de su gracia. ¡Salve, Cristo, Triunfador, Rey, que vives en todo!

“El día de Cristo”, el día del triunfo de su Iglesia, de su fe, de sus sacramentos, de sus dolores por Cristo y con Cristo, de su oración y de su obra en las almas. ¡También ella vencerá, triunfará, vivirá! ¡Y nosotros con ella!

“El día de Cristo”, el día del triunfo de la santa Eucaristía. Ella sembró en nosotros el germen de la resurrección. “El que coma mi carne y beba mi sangre, poseerá la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Joh. 6, 54). ¡El día del triunfo de nuestra fe en la Eucaristía, de nuestra fidelidad para con ella, de nuestro celo por recibir la sagrada Comunión!

“El día de Cristo.” El aniversario del “Primogénito de los resucitados”, el cual, al resucitarnos a nosotros, levantará un eterno monumento a su poder, a su justicia, a su misericordia y a su santidad.

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