PRIMER DOMINGO DE AVIENTO
LA
GENERACIÓN ETERNA DE JESUCRISTO.
1. En el principio era el Verbo. –La
segunda de las tres personas de la Santísima Trinidad- Como Verbo, es por
naturaleza el pensamiento, la imagen eterna y consubstancial de Dios Padre, el
cual le engendra desde toda la eternidad y le comunica su inmensidad,
omnipotencia y todas las otras perfecciones. El evangelista designa al Hijo único
de Dios bajo el nombre de Verbo o palabra del Padre, porque es el manantial
inextinguible de toda verdad, el principio fecundo de su sabiduría infinita, el
resplandor de su eterna gloria. En este término se refiere, no solamente al
principio del Verbo, sino también a las palabras que ha de pronunciar y a las
enseñanzas que ha de dar. “Y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”, es
decir, que tiene en sí mismo la naturaleza divina, indivisible e incomunicable.
Fuera imposible suponer que estaba en Dios, si no fuese Dios, pues nada está en
Dios que no sea Dios.
Adora
la generación incomprensible del Verbo en la plenitud de la divinidad, no
formando, a pesar de la distinción en las personas, sino un solo ser con el
Padre, al cual es igual en todas las cosas.
2. En la narración evangélica, San Juan
considera a Nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios, no solamente en su eterna
generación, sino también en su relación con las criaturas: “Todo ha sido hecho
por El y sin El nada se ha hecho.” El Verbo ha creado todas las cosas con el
Padre y el Espíritu Santo; pues las obras exteriores de la Santísima Trinidad
pertenecen a las tres Personas… Reconoce con viva fe que cuanto eres o posees,
todo lo has recibido del Verbo. Glorifica su bondad que te sacó de la nada, y
su poder que te conserva la vida por una creación continua. Agradécele que te
haya escogido entre tantos seres posibles que nunca existirán. Humíllate al ver
tu poco medro en la virtud, y eso que cuentas con los auxilios de un Dios
todopoderoso, que no espera más que la cooperación de nuestra voluntad para
hacernos dignos de amarle y poseerle eternamente. Para saber si tus
pensamientos y obras participan de este orden sobrenatural de la gracia,
examina si en todo te propones únicamente la gloria de Dios.
3. “En Él estaba la vida. Y la vida era la
luz de los hombres.” El Verbo es el principio de nuestra vida. Cuando se
encarnó “la luz brillaba en las tinieblas”; y la tierra estaba sumida en la
noche del pecado. Se apresuró a enseñar a los hombres la manera de honrar y
amar a Dios de un modo conforme a su grandeza y a su bondad. Jesús, Redentor y
Hostia, te ha colocado a la altura de su persona adorable, haciéndote vivir por
la santa Comunión la vida propia del Hijo de Dios. Para conservar en nuestra
alma vida tan excelente, no debemos obedecer en lo sucesivo a la ley de los
sentidos, sino plegarnos al atractivo de la gracia que tiende a mortificar a la
naturaleza. ¿Prueba nuestra conducta que vivimos esa vida divina? El mejor
argumento son las obras. Confúndete al ver cuán poco adelantas en las virtudes,
o da gracias a Nuestro Señor, según el testimonio de la conciencia.
Propón
firmemente el proceder siempre con tal pureza de intención, que Jesucristo
pueda unir tus acciones a las suyas.
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