VIERNES DE LA ÚLTIMA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


DIOS JUZGA

1.    La liturgia de la última semana del año eclesiástico adopta un lenguaje lleno de urgencias y temblores. Es que se acerca el juicio del mundo, con sus angustias y sus gemidos, representado en el castigo que Dios descargó sobre Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Haced penitencia, caminad dignamente, caminad de tal modo que agradéis a Dios, practicad obras buenas, fortaleceos en las virtudes y esperad con paciencia (Epístola).

2.    El juicio de Jerusalén. “¡Ojalá conocieses tú, al menos en este día, de dónde te puede venir la paz! Pero ahora tus ojos están cegados. Por eso, vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán de trincheras y te cercarán y estrecharán por todas partes. Te arrojarán por tierra, y lo mismo harán con tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (Luc. 19, 42-44). “Cuando veáis en el lugar santo la abominación de la desolación profetizada por Daniel, entonces, los que estén en la Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no baje a su casa, para recoger algún objeto”, antes emprenda en seguida la huida. “Porque habrá entonces una gran tribulación, como no existió otra parecida desde el principio del mundo, ni existirá jamás. Si no se abreviaran aquellos días, no se salvaría ningún hombre” (Evangelio). ¡Tan terrible será el juicio de Dios sobre Jerusalén! En torno de la ciudad no se verán más que los ejércitos de Roma, acaudillados por Tito, y las innumerables cruces en que se retuercen, entre horribles dolores y tormentos, los pobres desgraciados que fueron sorprendidos en su huida de la ciudad. Dentro de la ciudad reina un hambre tan espantosa, que las madres se ven inducidas a degollar a sus propios hijos, para comérselos después. Así pasan largos meses, dos años, hasta que los romanos penetran, por fin, en la ciudad, degüellan a los supervivientes, arrasan el Templo hasta sus cimientos y allanan toda la ciudad. ¡Tal fue el juicio de Dios! ¡Un aviso para nosotros!
El juicio del mundo. “El sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las estrellas caerán del cielo y las virtudes de los cielos serán quebrantadas” (Evangelio). El cielo y la tierra son sustentados por la misma palabra de Dios que hizo emerger a la tierra de las aguas que la cubrían en un principio (Gen. 1, 9 sg.) y volvió a sumergirla de nuevo en las aguas del diluvio. Uno y otro serán “reservados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Petr. 3, 7). Porque “también la creación está sujeta a la corrupción, por amor de Aquel que la sujetó” (Rom. 8, 20). Dios la sujetó al hombre, para que le encaminase a Él; pero el hombre la manchó con sus pecados, con sus injusticias y con su sensualidad, y la aprovechó para sus propios fines, para unos fines contrarios a los de Dios. Más aún: abandonó al verdadero Dios y se entregó a las criaturas, como si ellas fueran su Dios, su fin y su todo. En vez de servirse de ellas como de un guía y de una ayuda para ir a Dios, las convirtió, por su propia culpa, en un muro de separación y de alejamiento entre él y Dios. La naturaleza creada por Dios bella y buena y revestida cada año de nueva hermosura, se convirtió para el hombre, por propia culpa de éste, en causa y ocasión de pecado, de apartamiento de Dios. Por eso, ahora la naturaleza y las obras de la cultura y de la técnica tienen que ser purificadas por medio del fuego, de todas las manchas del pecado. ¡Tan inexorables son la justicia y la santidad de Dios! “El cielo y la tierra pasarán”, por causa de los pecados del hombre. “Todos los pueblos de la tierra se lamentarán.” El día de la vuelta de Cristo será el “día de la ira, el día de la venganza, del temblor, el día en que se tambalearán cielos y tierra.” Será el día “de la calamidad y de la miseria, un día grande  sumamente amargo” (Misa de Difuntos).

“¡Cuánto temor habrá entonces,
Cuando llegue el Juez futuro,
A discutir todo con rigor!” (Misa de Difuntos.)

3.       La liturgia se mueve hoy completamente bajo el recuerdo y la impresión del juicio final. Y nos enseña también a nosotros a tener siempre ante los ojos el juicio venidero. “En todos tus actos acuérdate de tu fin y de que has de presentarte un día ante el severo Juez, para el cual no existe nada oculto. Entonces será tenido por sabio el que en este mundo aprendió a ser loco y menos preciado por amor de Cristo. Entonces serán felices los que abrazaron el camino de la cruz y de los dolores. Entonces se alegrará más la carne afligida que la que siempre vivió en deleites. ¡Cómo nos alegraremos entonces de haber preferido una conciencia pura y buena a una docta filosofía! ¡Cómo nos alegraremos entonces de haber preferido una vida pobre a una vida opulenta! ¡Cómo nos alegraremos entonces del tiempo dedicado a la oración, y del silencio, y de las obras de penitencia practicadas en esta vida! ¡Cómo nos alegraremos de la sencilla obediencia con que nos sometimos a otros!” (Imitación de Cristo. Lib. Cap. 24.)

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