JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO
LA PRESENTACIÓN
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN EL TEMPLO.
1. Por vocación divina, María llevó una
vida toda celestial. Desde la edad de tres años, la gracia le inspiró el deseo
de ofrecer su virginidad a Dios. Se consagró a Él enteramente: Sin demora,
apenas había entrado en la vida, pidió retirarse del mundo y vivir en el
templo… Sin reserva, con un total abandono de sí misma, renunciando, sin
casi haber gozado de él, al cariño de su familia, con una voluntad tan firme,
que ningún sacrificio logró turbarla ni hacerla vacilar. Sin mudanza, se
obliga para toda su vida con voto solemne, sin precedente hasta entonces. ¿Tu
infancia y juventud han sido piadosas?... Si no has empleado en el amor a
Jesucristo los años mejores de tu vida, al menos no le rehúses los últimos. Di
desde ahora: ¡Dios mío, he aquí al hijo de tu misericordia que a Ti se
presenta; recíbeme en tu servicio por la mediación de la Virgen Santísima!
Haz esta donación sin reserva;
puede ser que otras veces la hayas hecho, pero sin haberte entregado por completo.
Lo que turba al alma y la impide adelantar en la virtud, son los sacrificios
hechos a medias y una voluntad poco firme. Entrégate sin volver atrás,
como se consagró María. Si Dios no te llama a dejar el mundo abrazando la vida
religiosa, te pide seguramente le sirvas con fidelidad, aspirando continuamente
a la perfección en tu estado sin substraerle ninguno de los instantes de tu
breve vida.
2. Párate a contemplar los sacrificios que
entonces hicieron los padres de la Santísima Virgen, San Joaquín y Santa Ana.
Los dos eran de edad avanzada cuando Dios les concedió esta hija de bendición,
y parece que solo les dio tiempo para hacerles conocer la dicha de poseerla,
cuando les obligó a sacrificársela.
Siendo de virtud consumada, no se
opusieron a los piadosos deseos de su hija única, alegría de su vejez. Al punto
que conocieron la voluntad de Dios, condujeron al templo a María sin parar
mientes en la triste soledad en que quedaban. Perdieron el encanto de su vida,
dichosos al hacer esta inmolación por la gloria de Dios. Aprende de este
admirable ejemplo a mirar a tus hijos con los ojos de la fe y a considerarlos
como un sagrado depósito que Dios puede quitarte en cualquier momento, ya sea
por la muerte o por la vocación al estado religioso. Está siempre pronto a
ofrecer a Dios el sacrificio de lo que más amas, y cree que Nuestro Señor obra
con misericordia al librar tus hijos del mundo antes que hayan sido expuestos a
sus peligros.
3. María subió con alegría las gradas del
templo, que la elevaba más y más de la tierra, y repitió fervorosamente las
palabras del Salmista: “Me regocijaré cuando me dijeron: Iremos a la casa del
Señor.” Tú también, como María, entras todos los días en el templo, donde
encuentras con mucha más realidad que en el templo de Jerusalén a tu Dios,
siempre deseoso de unirse a ti, sin jamás hacerse esperar ni negarse a tus
súplicas. Nuestro Señor, que te da su cuerpo, sangre, alma, divinidad y títulos
para adquirir la vida eterna, ¿no tendrá derecho de pedirte guardes con gran pureza
el santuario de tu corazón que para morada suya ha escogido?
Dios
llamó a María del mundo al templo, y ahora Él sale del tabernáculo para venir a
habitar en tu corazón, que tiene que vivir en medio del mundo, donde te coloca
su voluntad. ¡Qué bondad querer siempre estar unido a ti y darte el consuelo en
medio de tus trabajos y ocupaciones necesarias, de no estar nunca separado de
Él! En la Eucaristía recibes sin dar; pero por la práctica de las virtudes, das
a Dios lo que puedes darle, es decir, a ti mismo. Guarda fielmente para Jesús
tus pensamientos y amor por la pureza de tus afectos, cercenando toda obra
inútil. Ruega a María te ayude para empezar con generosidad, perseverar con
constancia y buscar a Dios solo y sobre todas las cosas.
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