JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO


LA VIDA DE JESÚS EN MARÍA
1.    Durante nueve meses estuvo el Verbo encarnado en el seno de María. En él reinaba soberanamente y escondía al propio tiempo el poder y la gloria de que goza en el cielo. Desde la creación es el lugar más grato a su amor y el santuario donde la Divina Majestad ha sido honrada más perfectamente. María, en la que se cumplen tantos portentos, puede con toda verdad decir a Dios Padre: “¡Todo lo que es vuestro es mío, y todo lo que es mío es vuestro!” Así como Dios colmó a la humanidad del Verbo encarnado de eminentes dones hechos a hechos a ella sola, asimismo Jesucristo llenó el alma de su Madre de gracias no comunicadas a criatura alguna fuera de María.
Al recibir de ella la vida humana, la comunica su vida divina. A  Jesús nadie sobre la tierra amó como María; pídele, pues, que te preste su corazón para que ames a tu Dios Salvador, y pídela dé gracias a su Divina Majestad por todas las que te ha concedido, y sobre todo por haberte llamado a la frecuente Comunión.

2.    Jesús, escondido en el seno de María, era el principio de la vida y de los movimientos de su Madre. Perfectamente sumisa a la impresión de la divinidad, que por medio de Jesús, su hijo, residía substancialmente en ella, María obraba por Jesús y para Él. Todos sus sentidos, su mente, su voluntad y sus facultades estaban plenamente ocupadas por El. Puede decirse que vivía más en Dios que en sí misma, y la gracia, que no encontraba obstáculo alguno, la iluminaba, la elevaba más y más, santificando todas sus acciones. Tú también estabas como encerrado en Jesús, en el seno de María. Has participado de su amor a Dios, que se había hecho su Hijo y tu hermano; de sus oraciones por la Iglesia, de la que eres hijo; de sus deseos por la gloria de Dios, que tu salvación debe glorificar. Después de la Comunión pide a la Virgen Santísima hacer todas tus acciones como ella, solo por Jesús; déjala que disponga de tu voluntad, de tus inclinaciones, de tus bienes todos y de tu vida, a fin de que seas uno con Jesús y María.

3.    Por la frecuente Comunión, Jesús habita en ti de modo que tiene alguna semejanza con su vida en el seno de María; solamente que su vida en ti es accidental y pasajera. Pero las gracias que te comunica al recibirle permanecen para que tú las hagas valer con tu cooperación. Estudia, pues, con atención la conducta de María mientras que llevaba a Jesús en su seno: imita su recogimiento, silencio, atención a la presencia de Dios, tan íntimamente unido a ella, y la docilidad a los efectos de la gracia.

Despréndete de las criaturas, porque la disipación te haría perder las gracias de esta unión incomprensible.

En la Eucaristía Jesús es verdaderamente Dios Salvador, puesto que se te da para procurar con toda eficacia tu salvación.

Así como todas las gracias que recibió María provenían de la unión con el Verbo encarnado, así unido tú a Jesús, pídele que tu corazón sea como un templo siempre agradable a su amor, y para hacerle grato procura no oponer jamás obstáculo a las gracias que te serán comunicadas por la adorable Eucaristía.

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