LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO


LA PREDESTINACIÓN DE LA VIRGEN SANTÍSIMA PARA SER MADRE DE DIOS.

1.    Habiendo determinado el Verbo hacerse hombre, eligió para Madre una virgen de nación hebrea; mas por privilegio sin igual, la voluntad de esta hija de Adán, separada de la del primer hombre, no se contaminó con el acto prevaricador. María es sublimada todo lo más que puede serlo una criatura, acercándose al orden divino. Hay entre ella y la Santísima Trinidad una admirable relación de afinidad con Dios Padre, de consanguinidad con el Verbo y de alianza con el Espíritu Santo que obró en su seno el misterio de la Encarnación. Por la divina maternidad, María adquiere sobre el Hijo de Dios la autoridad de una madre y como cierto derecho de mandarle. De aquí deducirás qué poder ejerce María sobre el Corazón de Jesús, y lo que tú puedes esperar de su protección. Reconócela por Reina del cielo y de la tierra, puesto que, como Madre de Dios, reina sobre los ángeles y los hombres.

2.    María, por la maternidad divina predestinada a una suprema santidad, lo fue también por el Verbo a asemejarse a Él más que ninguna otra criatura en los sufrimientos de su Pasión: y el incomparable amor del Hijo de Dios hacia su Madre, hizo que se conformase perfectamente con su vida dolorosa, contribuyendo a la salvación de los hombres. Entre la vida de María, sobre la tierra y su reinado en los cielos, existe admirable alianza, de gracia, de cruz y de gloria; María subió por un camino de dolores a la cumbre de la grandeza. –Estima a la luz de la fe las tribulaciones de tu vida. Reflexiona que en este mundo la cruz es la medida de la gracia y del amor de Jesucristo y en la eternidad la medida de la gloria.

Ama la cruz que te envía, prenda segura de amor de Jesús y de la corona que te espera.

3.    Los deseos de la frecuente Comunión son una especie de predestinación al amor de Jesucristo y a la continua unión con Él. No la hay más estrecha después de la Encarnación.

Adora los altos juicios de Dios que, a pesar de ser tú tan indigno de tan inestimable gracia, ha querido favorecerte con ella. Para corresponder como es debido, acepta con resignación tus penas cotidianas. Todas las gracias concedidas a la Virgen Santísima provienen de su proximidad a Jesucristo. Así que, habiéndose dignado por la frecuente recepción de la Eucaristía, acercarte tanto a su Corazón, vive con tal pureza, que de una Comunión a otra no salgas de ese divino asilo.

Pide a la Virgen Santísima que prepare ella misma tu corazón para recibir a Jesucristo, y ofrece en acción de gracias a Nuestro Señor todos los homenajes y adoraciones que ella le rindió sobre la tierra.

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