MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO


LA RESPUESTA DE LA VIRGEN SANTÍSIMA AL ARCÁNGEL.

1.    “He aquí la esclava del Señor.” El gozo, el reconocimiento por la elección que de ella había hecho Dios para ser Madre suya sin alterar la integridad de su virginidad, no disminuye en lo más mínimo la humildad de María. Reconociéndose indigna, se humilla profundamente, con tanto más motivo de dependencia a la voluntad de Dios, cuanto se ha consagrado más totalmente a su servicio.
Al denominarse la esclava del Señor, dicen los Santos Padres, la Virgen Santísima acepta el decreto de la Redención y se ofrece a ser partícipe de todos los sufrimientos que los profetas habían anunciado como patrimonio del Mesías. Demuestra en su plática con el ángel tanta humildad y obediencia como amor de la pureza, no dando su consentimiento al misterio que la va a elevar sobre todas las criaturas, hasta no haberse cerciorado que conservaría su virginidad, prefiriendo esta, a su propio engrandecimiento. Pide a la Virgen Santísima, al prepararte para comulgar, te comunique algo de su profunda humildad, para atraer de este modo sobre ti las bendiciones del Verbo Encarnado.

2.    “Hágase en mí, según tu palabras.” Otro nuevo acto de sumisión, en el que María deja en manos de Dios sin reservas su voluntad y su persona; manifiesta así o da testimonio de la viveza de su fe en la palabra divina, manifestada por su emisario. No ignoramos que al consentir en la propuesta del ángel, sacrificaba su esposo, su vida y hasta el Hombre Dios, de quien iba a ser Madre. La más incomprensible de las dignidades será para ella causa de la más completa abnegación. Cuán reconocidos debemos estar a María, por la parte que toma en el gran sacrificio de la Redención, en el que ella inmolará su corazón al par que su Hijo sacrificará su cuerpo. A ejemplo suyo, propongámonos obedecer a Dios plenamente y sin restricción alguna, sea cual fuere lo que nos mande o nos imponga. Trata de saber por experiencia el poder que ejerce sobre el corazón de Dios una humilde sumisión a su voluntad. Di con resolución como María, en cualquier tribulación que te sobrevenga: Fiat ¡Oh Dios mío!

3.    “Entonces el ángel se retiró.” Reverenciando el cumplimiento del misterio de que había sido mensajero, vuelve en seguida a subir al cielo, y deja a María sola con Dios. Aprende de esta conducta a no presentarte en el mundo más que cuando sea necesario, y a conservar en el recogimiento de tu corazón la presencia de Dios para que así estés siempre pronto a obrar según sea su voluntad. Está resuelto, como María, a obedecer a Dios sin reserva y con prontitud y humildad.
Pide a la Virgen Santísima interceda por ti, cuando vayas a comulgar, para que te obtenga el que Jesús dirija enteramente tus pensamientos y toda tu conducta y que te acompañe en todas tus acciones. Tu felicidad está cifrada en la presencia santa de Jesús, que en la comunión se te da casi tanto como a María; pues al dejar la sagrada mesa, eres favorecido casi al igual de la madre de Dios.

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