MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO


LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN.

1.    María estuvo en la mente de Dios desde toda la eternidad, habiéndose complacido en adornar su alma con preciosos dones. Pero en el día venturoso en que apareció en el mundo Aquella que debía contribuir a librarnos de la esclavitud de la culpa, en el cielo se estremeció de gozo.
Los ángeles contemplaron con veneración la cuna donde descansaba la futura Madre de Dios.
Ante todo, considera despacio la grandeza de María, por el lugar que ocupa en el corazón de Dios. La ama con el mismo amor que tiene a su Hijo; y así como enriqueció su santa Humanidad con la plenitud de los dones del Espíritu Santo, así también colma a María de gracias que Ella sola poseyó y fue capaz de recibir.
Si Dios ama a María como la Madre de su Hijo, también a ti te reserva, como a hijo suyo, sitio privilegiado en su corazón. Por el bautismo has adquirido estos derechos, y por infinitos medios dignos de su sabiduría y bondad Dios nada omite que pueda servir para tu santificación.
Pero ¡ay! que tú no respondes como María a esta elección divina; y por el pecado perdiste el dulce nombre de hijo que te era prenda de tanto amor. Humíllate y pide a María te alcance la gracia de poder llevar de aquí en adelante menos indignamente nombre tan honroso.

2.    Acércate con los mismo ángeles a la cuna de tu Madre. Mira a esta niña tan hermosa, tan pura, que atrae las miradas de la Santísima Trinidad…
Está dotada de todas las perfecciones, y, sin embargo, nace sujeta como tú a los sinsabores de la vida, a la pobreza y al trabajo. Recibe el nombre de María, que significa Soberana; y esta dignidad no se ve acompañada ni del Fausto ni de los bienes del mundo. La felicidad de esta vida consiste, pues, en lo que Dios dio a su Madre: una incomparable santidad, gracias extraordinarias, virtud eminente y muchos sufrimientos con repetidas ocasiones de sacrificarse en provecho de los demás. Si hubiera habido cosa mejor, Dios no se la negara a María.
Profundiza pensamiento tan verdadero en presencia de esta niña que lleva en sí todos los bienes del cielo y carece de los de la tierra. No desees, por lo tanto, ni pidas para ti ni los tuyos más bienes que los que lo son mirados a la luz de la fe.
3.    María quiere nacer, y sobre todo reinar en el corazón del cristiano, para servirle de protectora y de Madre. Deseaba su salvación mucho antes de haberlos engendrado en la cruz; pero tiene predilección especial por las lamas y que aman a Jesucristo y guardan su corazón muy puro para que pueda servirle de santuario. Ven, pues, con sencillez de niño, a la cuna de María; esta cuna es arca fortísima, ante la cual son impotentes los esfuerzos del demonio. Deposita en ella tu corazón, para que María el presente a su divino Hijo después de haberla revestido de candor, de sencillez, de confianza en Dios, de pobreza, de obediencia y pureza. Ama a María como Jesús la amó… y para hacerte agradable a Jesús, mira…, escucha…, imita a María, y tendrás la vida; es decir, que tus comuniones producirán óptimos frutos en tu alma.

Pide a Nuestro Señor sentimientos filiales para con su Madre. La tierna y acendrada devoción a la Virgen Santísima fue siempre mirada como señal de predestinación.

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