SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO
LOS
DESPOSORIOS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN.
1. Dice San Lucas: “María se había
desposado con un varón llamado José, de la casa de David. ¡Qué admirable
alianza la de estas dos grandes almas! María, Virgen inmaculada, que poseía
todas las perfecciones creadas, todos los dones de la naturaleza y de la
gloria, tuvo un Esposo digno de ella, dado por Dios, que no permitió que a la
muerte de sus padres se quedara sin amparo en la tierra. Después de haber en el
templo consagrado a Dios su virginidad, confía la integridad de su promesa a la
castidad de un santo Patriarca, del cual el Evangelio ha hecho este acabado
retrato: “Era un varón justo.” Por su desposorio con un varón de sangre real,
pero pobre, María cumple dócilmente los designios de la Providencia, con la
firme esperanza de que Dios, que conocía los deseos de su corazón, le
conservaría intacto su precioso tesoro.
Considera cuán opuesta a la conducta de
Dios en estos desposorios son las miras que en el mundo contribuyen
ordinariamente a las alianzas que se hacen, y mira en qué estima tiene a Dios
la ambición y la fortuna.
Medita la perfecta renuncia de la Virgen
Santísima a su propia voluntad y a sus deseos más legítimos. Aprende de aquí a
consultar en todas las ocasiones la voluntad de Dios, para tenerla en cuenta
antes que ningún otro interés.
2. Como Esposo de María, San José no tuvo
que echar de menos la corona de sus antepasados, pues con esta alianza se
acercó al trono de la Santísima Trinidad. Desde entonces, nada se hizo sino
bajo su autoridad. Fue el amparo de María y protegió su honra. Adquirió
derechos inefables a su reconocimiento por el respeto y abnegación con que
consagró su vida entera al cuidado de María y de su divino Hijo. Aunque San
José fue tan solo el custodio del Niño Jesús, el Espíritu Santo formó en él un
corazón paternal.
Participó del gozo de María en el
nacimiento de Jesús, en quien adoró a la divinidad cubierta con el velo de la
humanidad. Trabajó para alimentar a ambos, y su corazón se llenó de dolor
cuando el divino Niño se perdió en Jerusalén…, habiendo también sufrido las
humillaciones y persecuciones dirigidas contra el divino Salvador. Si has
abrazado el estado de matrimonio, he aquí el modelo más perfecto que puedes
imitar. Procura como San José unir a todos los deberes de la familia el
respeto, el amor y la devoción más acendrada a Jesús y a María.
3. Contempla a María y a José unidos por el
más casto amor, gozando en silencio la dicha de poseer a Jesús…, sufriendo con
paciencia todas las tribulaciones que sobre ellos descargaron, desde el
instante que les fue dado el divino Niño. Las contradicciones no hicieron sino
afianzar su fe. La fe es la mirada del corazón, según dice San Agustín.
Mira
a Jesús con tu corazón. ¿Qué te parecerán las penas de tu estado, comparadas
con el dulce consuelo que se te prepara en la sagrada Comunión?
Por
ella vives con Jesús; y oras, trabajas y sufres bajo sus miradas, para que su
gracia crezca en ti y para que le des a conocer sirviendo de ejemplo a lo
demás.
¿Dónde
podrás tomar la fortaleza, la abnegación, paciencia, caridad compasiva,
voluntad generosa de renunciarte en todo, si no es al lado de Jesús y de María?
Invoca
con fervor a la Sagrada Familia en todas tus dificultades, y puedes estar
seguro de no haberla invocado en vano.
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