CUARTO DOMINGO DE AVIENTO


EL CÁNTICO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN.
1.    “Mi alma engrandece al Señor.” Después de haber dejado a Isabel que derramase su alma en acciones de gracias, María, a su vez, eleva la voz; pero no para responder a las felicitaciones que le han sido dirigidas acerca de su divina maternidad; su pensamiento y corazón suben directamente a Dios como a principio de este favor eminente. Tímida y reservada al expresar sus sentimientos respecto de las criaturas aunque sean los mismos ángeles, no pone ningún límite a la expansión de su reconocimiento hacia Dios. Repara que al decir: “Mi alma engrandece al Señor”, María indica que su ocupación habitual es la de reverenciar a su infinita Majestad del mismo modo que los ángeles lo verifican en el cielo. ¿Te penetra a ti de tal manera la santidad, omnipotencia, inmensidad y bondad de Dios, en cuya presencia vives, que tu corazón se eleve naturalmente hacia Él en todas las acciones sin esfuerzo y sin violencia?
No te colmará ningún trabajo el referir a Dios la gloria en tus acciones aun en las más insignificantes, si, como María, te aprovechas de toda ocasión para bendecirle y hacer a tu prójimo que le ame. Alaba a Dios en todas las cosas, pues todo lo que te sucede lo dicta un pensamiento de misericordia.

2.    “Y mi espíritu saltó de gozo.” El arrobamiento es el grado más alto del gozo espiritual; es completamente independiente de las alegrías sensibles y reside en la parte superior del alma. María íntimamente unida con su Dios, se regocija, no por su propia elevación, ni por las gracias excepcionales con que ha sido enriquecida, sino únicamente por la gloria que recibe Dios, con los anonadamientos y homenajes de su divino Hijo. Reflexiona sobre estas palabras que añade: “En Dios mi Salvador.” Su alma no busca criatura alguna ni ningún interés propio, no se apoya sino en Dios y no ve más que a Él. A ejemplo de María, coloca en Dios tu esperanza y consuelo, endereza fielmente a Él todo lo que eres y todo lo que haces. Reconoce que lo que hay de bueno en ti es obra de su gracia, y no te atribuyas nunca la propiedad de los dones de Dios, más ríndele por ellos, humildes acciones de gracias.

3.    Al retirarte de la sagrada mesa, debes exclamar como María. “Mi alma engrandece al Señor”; ya no me pertenezco, la grandeza de Dios y su santidad llenan todas mis potencias… La Comunión es un favor que se aproxima de tal suerte al misterio de la Encarnación, que no podrán nunca tus labios alabar bastantemente a Dios por él, porque tu corazón es incapaz de sentir tan grande dicha.

Procura revestirte de los afectos de María; aliméntalos en ti. Abre tu alma al gozo; el gozo puro, se encuentra en la unión con Dios. El pensamiento de su presencia será una defensa contra el veneno de las alabanzas del mundo y contra los impulsos del amor propio.

Da gracias a Nuestro Señor de lo que por ti hace cuantas veces baja a tu corazón por la Comunión; pierde de vista tu persona e intereses, entrégate al reconocimiento y a la alegría de poseer a tu Dios.

En cualquier condición en que te encuentres, bien sea en la prosperidad o en la adversidad, forma el propósito de unirte a Jesucristo, de vivir su misma vida, en una palabra, de ser santo.

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