VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO


LA VIDA DE LA VIRGEN SANTÍSIMA EN EL TEMPLO

1.    María crecía en gracia, en sabiduría y en hermosura, a la sombra del santuario: la caridad que llenaba su corazón cada día adquiría mayor intensidad y aumentaba una nueva perfección a la ofrenda que de sí misma había hecho a Dios. María había escuchado esta palabra: “Oye, hija mía…: olvida a tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey codiciará tu hermosura; pues es el Señor tu Dios.” Era atraída hacia Dios con toda la intensidad de sus facultades, separándose cada vez más del mundo, de las criaturas y de los más legítimos afectos. Nunca santo alguno correspondió con tan perseverante energía a la acción de la gracia, ni se abandonó a los designios de Dios con más completa abnegación. He aquí cómo María se preparó a la divina maternidad. Y tú, ¿qué haces para disponerte a la Comunión?

2.    En el templo María oraba, trabajaba y obedecía bajo la mirada de los ángeles, sin interrogar curiosamente el porvenir, sin temor a desviarse de la voluntad de Dios, pronta a cumplirla en todo.
“Era, dice San Ambrosio, no solo virgen de cuerpo, sino de alma, humilde de corazón, grave en sus conversaciones, prudente en su manera de obrar, sobria en sus palabras…, aplicada al trabajo, no buscando las miradas de los hombres, sino solo las de Dios…, atenta a no ofender a nadie y pronta a hacer bien a todos.” Sus acciones eran acompañadas de discreción, y jamás quedaban suspendidas por falta de constancia. A la vista de este cuadro de la vida perfecta de María, sonrójate de estar tan lejos de su santidad, y sobreponiéndote a tu desidia, haz nuevos esfuerzos para acercarte a ella. Sobre todo, no abarques a la vez la práctica de todas las virtudes, sino escoge una, sobre la cual concentrarás toda tu vigilancia.

3.    ¿Qué medio más seguro para prepararte bien a la comunión que la imitación de la vida de María, escondida a la sombra del Santo de los Santos? Jesús te ha prevenido con sus gracias, entre un número inmenso de almas menos favorecidas que tú; te ha elegido para darse a ti en su admirable Sacramento. Después de haberte mostrado las virtudes de María, te la ha dado por Madre, a fin de que, bajo la protección del Corazón que más amó, puedas llegarte a El sin temor.

Aprende de María a darte enteramente a Jesucristo, sin que ninguna ligadura terrena divida tu corazón, sin que ninguna criatura te aprisione, sin que pasión alguna de cautive.

Después de verificado un sacrificio, si la naturaleza se rebela, mira el sagrario que encierra a la Hostia santa que pronto vas a recibir, y piensa que las penas, aflicciones y sacrificios de tu vida, son otros tantos escalones que te llevan a una perfecta unión con Jesucristo.

Cuando te sientas desfallecer, llama a María en tu ayuda, repite con confianza: “He elegido habitar con el espíritu y corazón en la casa del Señor con mi Madre; lo puedo todo con Dios, por medio de su purísimo Corazón, sin el cual nada puedo. Me entrego en sus manos, y María responderá por mí.”

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