VÍSPERAS DE NAVIDAD


EL VIAJE A BELÉN DE LA SAGRADA FAMILIA

1.    María y José parten a pie, cargados probablemente con las provisiones necesarias para un camino tan largo y difícil y con los objetos indispensables para el divino Niño. Piensa cuán penoso es para una mujer, cercana al parto, el hacer un viaje en una estación tan fría y sin recursos para suavizar su aspereza. Es preciso hacerle. ¡César lo manda! Tal es el yugo imperioso del mundo, a él se someten todos sin extrañeza, sin resistencia, sin murmuración; y ante las prescripciones tan dulces y tan sabias de la ley de Dios, ¿no alegas tú para modificarlas mil pretextos, fundados en la salud, edad y trabajo? Sin embargo, al lado de la opulenta litera de los ricos, obligados a hacer el mismo viaje, María se reputaba mil veces más feliz que ellos, pensando en el divino tesoro que llevaba escondido en su seno.
Si Dios en su misericordia te ha hecho participar de alguna de las privaciones de la Sagrada Familia, no envidies el Fausto de los grandes del mundo. Echa una mirada al tesoro que por la Comunión llevas en tu corazón; y al regocijarte con la felicidad de que carecen los hombres del siglo, ofrece a Nuestro Señor de cuando en cuando algún sacrificio.

2.    Las posadas de Belén están atestadas por una inmensa afluencia de viajeros; María y José recorren a su llegada las calles de la ciudad, buscando en vano un albergue; pero en todas partes son despedidos. El frío, la noche, el tumulto inevitable en una aglomeración tan grande de gente, aumenta su angustia; pero no dejan escapar ni quejas ni lamentos; soportan estos desaires, así como su cansancio, con paciencia y alegría. Reflexiona la majestad y grandeza de Aquél que, habiendo venido para morar entre los hombres, a fin de hacerles bien y salvarlos, no encuentra desde luego más que desdén y menosprecio de su parte. A pesar de esto, su amor a ellos no disminuye, y desea llegue la hora de su nacimiento para darles pruebas más irrefragables. Si alguna vez te acontece tener que sufrir algún desprecio, procura adorar la Divina voluntad, que lo permite, y desecha todo rencor, todo pensamiento contrario a la caridad, y toma del Corazón mismo de Jesucristo que pronto vas a recibir, los afectos que Él tuvo entonces para con los que le desecharon indignamente.

3.    No encontrando asilo en ninguna parte, María y José se refugiaron en un establo fuera de la ciudad, el cual parecía entonces abandonado. ¡Qué sitio para servir de morada al Rey del cielo! En verdad que el estado de María, lejos de excitar la caridad de los habitantes de Belén, contribuyó a las negativas de que fue objeto; ¡pero no la conocían e ignoraban qué dicha hubiese sido para ellos el recibirla en sus casas! Jesucristo no se limita ya a llamar solo a la puerta de tu casa, sino que pide un asilo en tu corazón, el cual le rehúsas cuando por fútiles o culpables motivos te retiras de la sagrada mesa.

Considera que en la Eucaristía Jesucristo no está menos humillado que lo estuvo entonces. Bajo la forma de un alimento común se anonada más que al aparecer niño pequeño; pero a este sagrado Pan re rodean adorándole los cristianos. En el seno de su Madre ninguna apariencia exterior tiene de ser Jesús, como que tiene sepultadas sus divinas perfecciones. Es, para poder acercarse más a ti, y ponerte en estado de participar del dulce misterio, cuyo beneficio ya entonces te preparaba en su pensamiento.

Pide con todo fervor a Nuestro Señor no rechazar nunca sus ardientes deseos de darse a ti. Dile con amor: “Venid, Señor, y no tardéis más. ¡Oh cielo, destilad vuestro suave rocío, y las nubes lluevan al justo: ábrase la tierra y brote al Salvador!”

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