MARTES DE LA 3ª SEMANA DESPUÉS DE EPIFANÍA
EL DIVINO ARQUITECTO
1.
“El
Señor edificó a Sión” (Gradual), es decir, fundó su reino, su santa Iglesia. El
reino de su Espíritu, el reino de la paz y del amor. Así nos lo asegura la
Epístola del tercer Domingo después de la Epifanía.
2. “No
devolváis nunca mal por mal.” El
irredento, el hombre mundano necesita vengarse. La generosidad para con el
enemigo, el perdón de una ofensa y la tranquila resignación, cuando es
insultado, no son para él virtudes: son efectos de la falta de energía, de la
debilidad de carácter. Su norma es no perdonar nunca. ¡Ojo por ojo, diente por
diente! “Mas yo os digo: no resistáis al que os haga mal. Al contrario, si te
hieren en una mejilla, presenta la otra” (Mt. 5, 39). Jesús no se contenta solo
con enseñarlo de palabra, sino que es el primero en practicarlo. Se le golpea,
se le calumnia, se le escupe, se le acusa injustamente, se le condena a muerte:
y Él se calla. “Pero Jesús callaba” –dice lacónicamente el Evangelista. Para
los que le hacen tanto mal no tiene más que disculpas y una oración a su Padre:
“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.” “El Señor edifica a Sión.”
Erige su reino en los bautizados, en nosotros. Quiere prolongar y continuar en
nosotros su vida. Sí, Señor; “venga a nosotros tu reino”. Vive Tú en nosotros,
impera sobre nosotros con tus pensamientos y tu espíritu, para que seamos
verdaderamente tu reino, una viva manifestación, un brillante reflejo de tu
vida, de tu bondad y de tu amor.
“Vence
el mal con el bien.” Este
es el verdadero espíritu de Cristo, éste es el cristianismo puro, ésta es la
auténtica virtud. “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed,
dale de beber.” Solo está permitida una venganza: la de corresponder con cariño
y buenas obras a los que nos hagan mal. “Vence el mal con el bien.” “Haced bien
a los que os odien y orad por los que os persigan” (Mt. 5, 44). El cristiano no
debe “contar el bien” que hace. Nunca debe parecerle bastante. El verdadero
cristiano piensa siempre bien de los que le causan mal. Más aún: los aprecia y
les devuelve bien por mal. Esto es lo que nos ordena la Epístola de hoy. Este
es el espíritu de Cristo, el espíritu que debe animar a todos los bautizados, a
todos los miembros de Cristo.
3.
“El
Señor edifica a Sión”, funda su reino, cuando, en la santa Misa y en la sagrada
Comunión, “se manifiesta”, realiza su Epifanía en la santa Iglesia y en
nuestras almas. El trabajo que emprende no es pequeño. El material, para su
construcción, es frágil, tosco, casi inservible: son nuestro espíritu y nuestro
corazón, tan llenos de amor propio, tan inflados de orgullo, tan sensibles, tan
cortos de vista. Son nuestros pensamientos, nuestros juicios, nuestros
sentimientos, tan poco benévolos, tan llenos de odio. Es nuestro día, tan rico
en juicios temarios, en críticas y sospechas malignas. Reconozcamos, a la luz
de la Epístola de hoy, toda nuestra honda depravación, nuestro vacío de buenas
obras, nuestra poca generosidad para perdonar, nuestra falta de sincero amor a
nuestros hermanos. Pidamos al Señor con todo nuestro corazón: “¡Venga a
nosotros tu reino!” Señor, refórmanos por completo. Llena nuestro corazón,
reproduce en él los pensamientos y la bondad del tuyo.
“Vence el mal
con el bien”, con un amor sincero a los demás, con una gran bondad para con
todos. La bondad es la flor, es la corona, es el fruto del amor. Es el más
completo desarrollo de la personalidad humana: es la perfección de los
seguidores de Cristo. “Revestíos, como elegidos de Dios, de entrañas de
misericordia, de bondad, de mansedumbre, de modestia, de paciencia” (Col. 3,
12). Bondad en los pensamientos, bondad en las palabras, bondad en las
acciones: he aquí cuál debe ser el fruto de nuestra vida litúrgica y, sobre
todo, de nuestra participación en el sacrificio de la santa Misa.
La Santa Misa
es una función de comunidad. No podemos tomar verdadera parte en el santo
sacrificio si no nos hacemos un solo
corazón y una sola alma con nuestros
hermanos en Cristo. “Communicantes.” Formando
una comunidad, no solo de cuerpos que se reúnen en torno a un altar, sino
también una comunidad de almas, de espíritus, de corazones, unidos todos por el
más sincero amor. “El pan nuestro de
cada día dánosle hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación.” Tal es
el lenguaje de la caridad cristiana.
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