JUEVES DESPUES DE CENIZA


“PEDID, Y RECIBIRÉIS”
1.    Para el culto divino nos reunimos hoy en el santuario del soldado y mártir San Jorge. Él ora con nosotros en el Introito: “Clamé al Señor y escuchó mi voz y me libró de los que se acercaron a mí con propósitos enemigos. Deposita tus preocupaciones en el Señor y Él te nutrirá.” Una invitación a la oración fervorosa y confiada. Oremos como el rey Ezequías de la Epístola. Oremos como el soldado, como el centurión romano del Evangelio. La Cuaresma es un tiempo de oración.

2.    “En aquellos días cayó enfermo el rey Ezequías. El Profeta Isaías se acercó entonces a él y le dijo: He aquí lo que dice el Señor: Dispón de tu casa porque vas a morir y no vivirás más. Entonces el rey Ezequías, volviendo su rostro hacia la pared, oró al Señor: Te suplico, Señor, te acuerdes de cómo caminé siempre delante de Ti en verdad y con un corazón perfecto, y de que siempre ejecute lo que es bueno ante tus ojos. Y Ezequías rompió en amargo llanto. Entonces el Señor dijo a Isaías: Vete y di a Ezequías: He aquí lo que dice el Señor: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Prolongaré, pues, tu vida otros quince años más y libraré esta ciudad (Jerusalén) del poder del rey de los Asirios y la protegeré con mi brazo” (Epístola). Ezequías oró y recibió mucho más de lo que él se atrevió a pedir. “Pedid y recibiréis” (Lc. 11, 9). “Deposita en el Señor tus preocupaciones, y Él te nutrirá” (Introito).

Con gran fe se acerca a Jesús el soldado, el centurión romano, impulsado por su amor al siervo enfermo (Evangelio). Y suplica al Señor: “Señor, mi siervo yace en casa paralítico y sufre grandes dolores.” Jesús le responde: “Iré y le curaré.” Y el centurión le dice: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di tan solo una palabra y mi siervo sanará. Pues también yo, que soy un súbdito y tengo autoridad sobre mis soldados, no necesito más que decirle a uno de ellos: Vete y va; y a otro: Ven y viene; y a mi esclavo: Haz esto y lo hace.” El Señor no puede resistir a tanta confianza. Y escucha la oración del oficial romano: “Vete y hágase como has creído.” Y en el mismo instante quedó curado su siervo. “Pedid y recibiréis.” “Todo lo que pidiereis con fe, se os concederá” (Mt. 21, 22).

3.    La sagrada liturgia ve en el centurión romano del Evangelio al santo estacional, al mártir San Jorge. Él se acerca hoy al Señor y le pide por su siervo enfermo, es decir, por la comunidad cristiana reunida en su casa. Se acerca al Señor con el mismo amor y con la misma preocupación del oficial del Evangelio e interpone su mediación en nuestro favor, a favor de su comunidad. Y sus ruegos son escuchados. Penetremos, pues, hoy en su casa animados de esta plena confianza.
Presentemos nuestra oblación al Señor unidos con San Jorge: “A Ti, Señor, elevo mi alma; en Ti confío.” San Jorge dio su sangre y su vida por el Señor. Ofrezcámosle también nosotros en el sacrificio de la santa Misa todo nuestro ser, y seamos ante el Señor una hostia perfecta. Muertos al pecado, al mundo y a su espíritu, muertos al amor propio y a la propia estima, marchemos por el mismo camino del mártir San Jorge, por el camino de la abnegación y del santo amor de Dios y de Cristo. Vivamos entregados totalmente a la voluntad y el beneplácito divinos, renunciando a nosotros mismos y a toda cosa creada.
La Iglesia nos exhorta hoy con gran instancia a orar y pedir. A pedir por nosotros mismos como lo hizo el rey Ezequías, y por los demás como el centurión del Evangelio. “Pedid y recibiréis”; esta es la gran ley de la vida sobrenatural. El que no pida, no recibirá; el que pida poco, poco recibirá; el que pida mucho, recibirá mucho. “A los hambrientos, los colmó de bienes, a los ricos los dejó vacíos” (Lc. 1, 53). “Todos los que se han salvado; todos los que se han condenado, se condenaron, por no haber orado” (San Alfonso de Ligorio). La oración es el medio ordinario para alcanzar de Dios la gracia. En los primitivos siglos, llenos de fe y devoción, se santificaba la Cuaresma recitando con frecuencia los siete salmos penitenciales, haciendo el Vía Crucis, asistiendo todos los días al culto divino y practicando especiales y muy variados actos de penitencia. Nosotros no tenemos menos motivos que los primitivos cristianos para orar durante la santa Cuaresma con más intensidad que en lo restante del año.
Unámonos de modo especialísimo a las dos profundas y sentidas oraciones que recita el sacerdote todos los días, a partir del Miércoles de Ceniza: la oración A cunctis, implorando la protección de los santos, y la Omnipotens sempiterne Deus, por los vivos y difuntos.

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