VIERNES DESPUÉS DE CENIZA
“AMA A TU PRÓJIMO COMO A
TI MISMO”
1.
La
sagrada liturgia nos congrega hoy en la casa de los dos “varones de
misericordia”, los santos Mártires Juan y Pablo. Ellos repartieron entre los
pobres su gruesa fortuna, “para correr sin impedimento por el camino del
cielo”. Por su generosidad, “el Señor los oyó y se compadeció de ellos. El
Señor fue su ayudador” (Introito).Ante
la presencia de estos dos Santos del caritativo amor al prójimo, la Iglesia nos
instruye hoy sobre el tercer modo de trabajar en la santa Cuaresma y de renovar
nuestro Bautismo, el cual consiste en adquirir el espíritu de un perfecto,
eficaz y cristiano amor al prójimo. “El que no ama permanece en la muerte (del
pecado)” (1 Jn. 3, 14).
2.
“Este es el ayuno que Yo quiero: Rompe las cadenas de la
impiedad, corta los lazos deprimentes. Deja libres a los esclavos, quita de sus
hombros toda carga. Reparte tu pan con el pobre. Si ves a un desnudo, vístelo;
y no desprecies tu propia carne (a tu prójimo). Entonces brillará sobre ti la
luz como la aurora naciente, y en seguida aparecerá tu salud. Clamarás entonces
y el Señor te oirá. Suplicarás y Él te responderá: Aquí estoy. Porque yo, el
Señor tu Dios, soy misericordioso” (Epístola:
Is. 58, 6 sg.). Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia” (Mth. 5,7). El ayuno, la mortificación y las obras de penitencia
son buenas y necesarias; pero solo cuando están subordinadas al primer
mandamiento, al mandamiento del amor a Dios y al prójimo; cuando fomentan el
amor, la bondad, la indulgencia con las faltas y debilidades del prójimo. “Aunque
reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi propio cuerpo para ser
quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovechará” (1 Cor. 13, 3). “El que
ama al prójimo, cumple la Ley. Todos los demás mandamientos se encierran en
éste solo: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor (al prójimo) es, pues,
la plenitud de la Ley” (Rom. 13, 8). Del ayuno puede uno ser dispensado, pero
de la caridad jamás. “Ama a tu prójimo como a ti mismos” (Mt. 19, 19). ¿Obramos
nosotros así?
“Habéis
oído que se dijo: Amarás
a tu prójimo y –añadieron los Fariseos- odiarás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos. Haced bien a los que os odien, y orad por los
que os persigan y calumnien, para ser así hijos de vuestro Padre que está en
los cielos, el cual hace salir su sol sobre los justos y sobre los pecadores”
(Mth. 5, 43 sg.). Para poder santificar el tiempo de Cuaresma se requiere,
además del amor afectivo y efectivo al prójimo, el amor a los enemigos.
“Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
“Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre. No juzguéis y no seréis
juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad, y seréis perdonados.
Dad, y se os dará” (Lc. 6, 36 sg.).
3.
“Un
nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he
amado” (Jn. 13, 34). “El que dice estar en la luz (en posesión de la divina
gracia) y odia a su hermano, permanece todavía en tinieblas (de pecado, de
apartamiento de Dios). El que ama a su hermano, permanece en la luz. El que odia
a su hermano, está en tinieblas y camina en tinieblas” (1 Jn. 2, 9). “Sabemos
que hemos sido trasladados de la muerte (del pecado) a la vida (de la gracia,
de la filiación divina), porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece
en la muerte” (1Jn. 3, 14). ¿Cómo, pues, va a ser posible una verdadera
penitencia, un verdadero perdón de los pecados por Dios, una renovación de
nuestro santo Bautismo y una vida del hombre nuevo, si no nos esforzamos
celosamente por alcanzar y practicar el amor al prójimo?
La liturgia
de hoy nos indica dos maneras de practicar el amor al prójimo: dando limosna y
amando a los enemigos. Los dos Santos estacionales, Juan y Pablo, son para la
sagrada liturgia los varones de misericordia, llenos de bondad para con los
pobres. Si la santa Iglesia nos reúne hoy en la casa de estos Santos, es porque
desea que nos apropiemos su espíritu y hagamos, como ellos, obras de
misericordia, practicando sobre todo la limosna con los necesitados. ¿Cumplimos
nuestro deber sobre este punto? Hemos de reparar durante la santa Cuaresma
nuestra mucha negligencia anterior. “El que, poseyendo los bienes de este mundo
cerrare su corazón ante el hermano que padece necesidad, ¿cómo es posible que
permanezca en él la caridad de Dios?” (1Jn. 3, 17). ¿Cómo podrá esperar de Dios
el perdón?
Y el amor a
los enemigos. “Amad a vuestros enemigos. Haced bien a los que os odien, y orad
por los que os persigan y calumnien, para que así seáis hijos de vuestro Padre
que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre los buenos y los malo y
derrama su lluvia sobre los juntos y sobre los pecadores.” El amor a los
enemigos, no es solamente un consejo, es un santo y riguroso precepto del
Señor. Es la piedra de toque del amor al prójimo y del amor a Dios. Si el amor a
los enemigos, imperado por el Evangelio, es tan raro, aun entre los cristianos,
ello prueba que, aun en los mismos cristianos, reina muy poco la caridad. Lo
cual es desgraciadamente muy cierto. Si, para poder vengarse de los enemigos, a
pesar del precepto evangélico de amar al enemigo, apelamos a la necesidad de la
propia fama y de la justa defensa, a la necesidad de que haya justicia, todo
ello prueba lo poco sinceros y consecuentes que somos con nuestra doctrina. “Si
oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Sal. 94, 8).
Aquí está el
punto flaco de nuestra vida cristiana. No poseemos el verdadero amor, interno y
externo, al prójimo. Vivimos entregados al amor propio, estamos llenos de
egoísmo. Aquí es donde debemos intensificar nuestra labor de Cuaresma. Esta es
la muerte que exige de nosotros la santa Cuaresma. “Amad a vuestros enemigos.
Haced bien a los que os persigan y calumnien.” Morir al amor propio, al
egoísmo: he aquí la más eficaz mortificación. ¡Ojalá lo hagamos, por fin, con
el austero trabajo cuaresmal!
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