MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
“YO SOY LA LUZ DEL MUNDO”
1.
Acompañemos
a los catecúmenos a la Basílica del Apóstol de las Gentes, San Pablo. Allí
sufrirán hoy un riguroso examen para ver si pueden ser admitidos al santo
Bautismo, al cristianismo. Si resisten las pruebas, se realizará con ellos la
ceremonia de “la apertura de los oídos y recibirán en seguida de manos de la
Iglesia el Evangelio, el Símbolo de la Fe y el Padrenuestro. Nosotros renovemos
el recuerdo de nuestro santo Bautismo.
2. “En
aquel tiempo, al pasar Jesús, vio
a una hombre ciego de nacimiento.” Ciego desde que nació ¡Noche eterna! Nada de
ojos, nada de luz. La imagen que él se forma del mundo es una imagen totalmente
distinta de la realidad, radicalmente defectuosa. Muchas, muchísimas cosas de
esta vida temporal permanecen desconocidas para él. ¡Pobre! Pero, he aquí que
llega Jesús. “Yo soy la Luz del mundo.” Con su saliva y un poco de barro
prepara una pasta y se la coloca al ciego sobre los ojos. Después le ordena:
“Vete y lávate en la piscina de Siloé.” El ciego va, se lava en la piscina y
vuelve con vista. – El ciego de nacimiento somos nosotros, soy yo. A
consecuencia del pecado original nosotros no éramos por nosotros mismos más que
noche, tinieblas, ceguera, privación de luz para todo lo divino y elevado. Pero
llegó Jesús. Se humilló hasta nosotros y nos envió al baño del santo Bautismo.
Con el agua del santo Bautismo recibimos la vista. Ante nuestros ojos, como
ante los de un ciego que por vez primera adquiere la vista, se abrió un nuevo
mundo. Además de los ojos corporales y además del ojo de la razón natural,
poseemos, en virtud del santo Bautismo, el ojo y la luz de la plena verdad, de
la santa fe. Con la fe penetramos en el mundo de los pensamientos divino y
pensamos los mismos pensamientos de Dios. Poseemos “la luz de la vida” (Jn. 8,
12). Conocemos la verdad sobre los grandes y más hondos problemas de la vida, a
los cuales se reducen todos los demás. Poseemos la luz sobre nuestro de dónde, adónde y por qué. Sabemos de
modo concreto y perfectamente seguro el porqué estamos aquí, sobre la tierra,
qué es lo que tenemos que hacer, qué nos espera después de esta vida, en el
cielo o en el infierno. Antes estábamos ciegos; pero ahora, después de nuestro
Bautismo, vemos perfectamente. ¡El gran mundo de lo divino se ha revelado ante nosotros!
¡Cuánto nos han hecho ver el santo Bautismo, la gracia, el cristianismo!
“Cuando
yo sea santificado en vosotros (cuando
vosotros os hayáis convertido a Mí) derramaré sobre vosotros un agua limpia
(Bautismo), y aquedaréis purificados de todas vuestras manchas (del pecado). Y
os daré un corazón nuevo y crearé en vuestro interior un nuevo espíritu.
Arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Infundiré en vuestro interior mi espíritu, y haré que caminéis en mis preceptos
y que observéis y practiquéis mis mandamientos. Entonces habitaréis en la
tierra que di a vuestros padres (en el cielo), y seréis mi pueblo y yo seré
vuestro Dios” (Epístola). ¡He aquí el hombre nuevo, el curado de su ceguera, el
bautizado! ¡El que yo debiera ser!
3. “Yo
soy la Luz del mundo.” Como
el sol, en primavera, hace brotar del suelo las plantas, pero al mismo tiempo
obliga con sus ardientes rayos a salir de sus sombríos escondrijos a todas las
malas y venenosas alimañas; de igual modo Jesús, al curar al ciego de nacimiento,
hizo saltar súbitamente al palenque a sus enemigos y contradictores. El ciego
curado no se asusta por ello. A todos los que le interrogan sobre su milagrosa
curación, él les responde la verdad con una entusiasta sencillez, con una
franqueza intrépida, con un corazón alegre y henchido de reconocimiento por la
gracia recibida. ¿vivimos también nosotros en un continuo y agradecido recuerdo
de nuestro santo Bautismo?
¡Magnífica
apología del Señor la de este ciego de nacimiento! ¡Maravilloso retrato de la
misericordia y del amor de nuestro Señor! ¡Un pobre ciego, y, sin embargo, una
verdadera columna de la fe! ¡Un mendigo, expulsado de la sociedad humana, y, a
pesar de eso, un verdadero héroe! ¡Un confesor de Cristo, un doctor de la
verdad, un apóstol! Por su adhesión a Cristo, los Fariseos le expulsan de la
Sinagoga, le excomulgan. Jesús admite en su gracia al expulsado. “¿Crees en el
Hijo de Dios?” Y el curado: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” Y Jesús:
“Le has visto. El que ahora habla contigo, ése mismo es.” “Señor, yo creo.” Y
postrándose a sus pies, le adoró.
Bienaventurado
el pueblo (de los bautizados) cuyo Dios es el Señor, el pueblo a quien Dios
escogió para heredad suya. Por la palabra de Dios fueron creados los cielos, y
todas las estrellas del firmamento resplandecen con el hálito de su boca”
(Gradual). Y este Dios nos ha elegido a nosotros para especial herencia suya.
“Pueblos todos, bendecid al Señor, Dios nuestro. Él dio (en el santo Bautismo)
la vida de mi alma e hizo inconmovibles mis pies” (Ofertorio).
“El Señor
preparó, con su saliva y un poco de polvo, una pasta y la puso sobre mis ojos.
Fui, me lavé y vi, y creí en Dios.” Estas son las palabras que canta la Iglesia
durante la sagrada Comunión. Fruto de la Comunión: “Vi y creí.” ¡Florezca
también en nosotros este mismo fruto! ¡Luz y vida, para el servicio de Dios, de
Cristo y de las almas!
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