DOMINGO DE PASCUA


LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

¡QUÉ ALEGRÍA la de una familia que contemplara a un padre tiernamente amado luchando con los horrores de la muerte, y lo viera luego recobrar súbitamente la salud y llenarse de vida! Hemos contemplado a Jesús nuestro Padre por excelencia, sumergido en un océano de tristezas y de angustias, anegándose en las aguas mortales de la tribulación, y ahora le vemos liberado de las cadenas humillantes que le ataban al sepulcro y rodeado de gloria en su Resurrección triunfante. “Sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura!, ¡con qué majestad! ¡Qué victorioso!, ¡qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla, adonde ha ganado un tan gran reino que todo lo quiere para vos. (Sta. Teresa, Camino de Perfección, c. XXVI).” ¡De qué manera tan admirable los discípulos, y sobre todo la Virgen, gozaron tan inefables consuelos!- Unidos a ellos y a toda la Iglesia, ¡con qué santa alegría deberíamos celebrar el triunfo de nuestro Redentor!

En este día, en efecto, el Señor nos marcó con el sello de la restauración espiritual que desde hacía tantos siglos esperaba la humanidad. Los Patriarcas y los Profetas pudieron predecir y saludar de lejos este día glorioso; pero no gozaron como nosotros del gran triunfo de nuestro Señor. ¡Cómo debemos AGRADECER  a Dios que nos haya hecho venir a este mundo, después que Jesucristo, Sol de Justicia, llegó al término de su carrera, llenando el universo con su resplandor, su calor, su bienhechora fecundidad! No podremos nunca agradecerle de modo suficiente esta gracia inmensa, la fuente de todos los bienes. Los tesoros, que para nosotros fueron confiados a la Iglesia, son infinitos y sobrepasan infinitamente a los escasos medios de salvación que poseía la Sinagoga. Comprendamos, pues, la enorme deuda de gratitud que se nos impone en este día hacia aquél que por nosotros quiso morir y resucitar glorioso.
                           
El medio más seguro para PAGAR nuestra DEUDA será: 1º, repasar desde el fondo de nuestros corazones las definitivas pruebas de amor que Jesús nos dio en su Pasión y en su Resurrección gloriosa; 2º, huir del mundo y de la vida disipada, con el fin de recogernos en la celdilla de nuestro corazón, en recogimiento dulce y apacible, visitando a Jesús en las iglesias donde habita, para conversar íntimamente con é. Entonces gustaremos suaves y celestiales delicias al conversar cordialmente con el más tierno de los amigos, con el hermano más cariñoso, con el más generoso y abnegado de los bienhechores.
¡Oh Jesús! Tu Resurrección es el modelo, la causa EJEMPLAR de nuestras almas que pasan del pecado al estado de gracia, y de la tibieza a un perenne fervor. ¡Dígnate resucitarme así, transformando mi vida natural y rutinaria en vida de fe, de oración, de amor y de abnegación!

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