JUEVES SANTO
LA
ÚLTIMA CENA
Llegó entre tanto el día de los
Ázimos, dice San Lucas, en el que era necesario sacrificar el cordero pascual;
Jesús, pues, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles. “Id a PREPARANOS lo necesario
para celebrar la Pascua. Así que entréis en la ciudad, encontraréis a un hombre
que lleva un cántaro de agua, seguidle hasta la casa en que entre y diréis al
padre de familia: El Maestro te envía a decir dónde está la pieza en la que yo
he de comer el cordero pascual con mis discípulos. Y él os enseñará, en lo alto
de la casa, una sala grande bien aderezada; preparad allí lo necesario.” –Esta PASCUA
es figura de la Eucaristía; la SALA bien aderezada simboliza el alma en estado
de gracia, enriquecida de virtudes sobrenaturales y dones del Espíritu Santo;
PEDRO Y JUAN representan la fe y el amor, disposiciones necesarias para recibir
el Cuerpo de Nuestro Señor.
En la tarde del Jueves Santo, el
cordero pascual estaba aderezado sobre la mesa del Cenáculo, en que se
reunieron los discípulos con el divino Maestro. Este CORDERO era figura de la
augusta Víctima de la Cruz y de los altares. Había que comerlo en pie, calzadas
las sandalias, bastón en mano, ceñida la cintura y de prisa, como preparados
para emprender un viaje; la carne del cordero pascual se comía asada al fuego,
con panes sin levadura y hiervas amargas. –Con estas ceremonias se nos da a
entender que la Eucaristía es el alimento del destierro, que nos reanima y da
fuerzas para llegar al cielo, término de nuestro viaje, y que, para recibir ese
alimento, debemos ser castos y mortificados en nuestros sentidos, y tener un
vehemente y santo deseo de recibirlo.
“Hacia el
final de la cena el Salvador se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y,
tomando un lienzo, se lo ciñó. Enseguida echó agua en una jofaina y comenzó a
LAVAR LOS PIES de los discípulos y a enjugarlos con el lienzo de que estaba
ceñido.”. Ni los ángeles del cielo hubieran sido capaces de entender esta
manera de proceder de su Rey con unas pobres criaturas, a las que demasiado favor
hubiera otorgado ya con solo permitirles lavar con lágrimas sus pies divinos.
Al querer él ponerse a las plantas de sus súbditos, quiso darnos una lección de
HUMILDAD. También al lavarles los pies quiso darnos a entender por ello la
PUREZA interior que se precisa para acercarse a recibir tan augusto Sacramento.
Porque precisamente la humildad y la pureza de corazón son disposiciones
absolutamente necesarias para unirnos a Jesús en el banquete eucarístico.
¡Oh divino
Redentor mío! Haz que vea con claridad cuán grande es mi miseria y cuán inmensa
tu caridad, para que me acerque a tu adorable Sacramento lleno de HUMILDAD y
penetrado de CONFIANZA sin límites en tu infinita bondad. Dame valor para
MORTIFICAR mis sentidos e instintos perversos. Sé tú el ÚNICO objeto de mi
amor. Deseo recibirte con un corazón como EMBALSAMADO de fe, piedad y devoción,
para que así la Comunión produzca en mi alma los frutos más preciosos y
duraderos.
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