LUNES DE PASCUA


      LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS.

Admiremos la conducta de nuestro buen Pastor, que apenas resucitado quiso REUNIR de nuevo a sus ovejas dispersas y conducirlas a su redil. Dos de los discípulos se habían alejado de los apóstoles y caminaban hacia Emaús; la fe vacilaba en ellos; por eso el Salvador, compadecido, se les reunió en el camino; mientras conversaban con él, les fue preguntando acerca de cuanto les preocupaban, sin dejarse reconocer por ellos. ¡Qué fina CARIDAD la de Jesús!

El Señor, al comprobar su poca fe, les reprendió con DULZURA y les recordó aquellos pasajes de la Escritura en que por menudo eran profetizados los sufrimientos del Mesías prometido y la gloria de su Resurrección, diciéndoles que, por tanto, no debían escandalizarse de la muerte de Cristo, ni tampoco dudar que redimiría a Israel, porque la redención de los hombres habría de operarse precisamente gracias a los tormentos de Cristo. –Cuán digna de admiración la TERNURA generosa de Jesús, que, al tiempo de disipar con su palabra las tinieblas de la inteligencia, con su gracia y su amor consolaba y confortaba sus entristecidos corazones, disponiéndolos a abrazar prontamente su doctrina.
                           
Para terminar su obra ACEPTÓ la invitación de los dos discípulos, para que se quedara con ellos. Entró en la casa y, estando juntos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, y habiéndolo partido se lo dio. Pero una vez que tomaron este pan que, según varios intérpretes, no solo fue bendito, sino que fue también consagrado, a aquellos discípulos se les cayó la venda de los ojos y reconocieron a su divino Maestro. Mas éste despareció de su vista, dejándolos transformados interiormente.
Estos son los MARAVILLOSOS EFECTOS de la palabra de Dios y de la santa Comunión, que cuando son recibidas en dóciles corazones, una y otra disipan dudas y tristezas, afirman la fe, reaniman la esperanza y depuran la caridad. “¿No es verdad, se decían uno a otro los discípulos de Emaús, que sentíamos abrasarse nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” Lo mismo les aconteció, y aun con más ardor sentirían inflamarse sus corazones, cuando, después de haber escuchado sus divinas enseñanzas, le recibieron a él mismo bajo las sagradas especies. Entonces para ellos ya no había misterio alguno, su fe se hizo sensible y creyeron sin el menor esfuerzo en la Resurrección del Salvador.
¡Oh Jesús, Dios de la Eucaristía! Escondido en el sagrario, por la santa Comunión alumbras los espíritus y fortificas los corazones. Concédeme la gracia, no solo de conocer los deberes que me impone la religión, pero también la gracia de practicarlos fielmente. Si solo tu palabra sirvió para inflamar los corazones de los discípulos de Emaús, ¡cuánto más nos hará en mi alma tu PRESENCIA REAL! Enciende a mí el fuego de tu CARIDAD, de la que eres hoguera divina; así llegaré a conocer y a amar tus grandezas y tus máximas; el misterio de tu Cruz y de tu Pasión me hará ver tu gloria en medio de tus humillaciones, haciéndome al mismo tiempo sacrificar mis gustos para honor del Padre celestial y por la salvación de mis prójimos, redimidos por tu preciosa Sangre.

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