MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
LA BONDAD DE JESÚS
Si, como dice el
Evangelio, todo árbol bueno produce buenos frutos (Mateo 7, 17), podremos
figurarnos cómo serían de abundantes y selectos los frutos que se recogían del
Árbol de la Vida, que es nuestro divino Salvador, suma Bondad y Bondad
inagotable. Esto podremos apreciarlo en cuanto consideremos lo que fue su breve
vida ENTRE LOS HOMBRES. El evangelio de San Mateo dice de él: “E iba Jesús
recorriendo toda la Galilea enseñando en sus sinagogas y predicando el
Evangelio del reino celestial, sanando de toda dolencia y toda enfermedad. Con lo
que corrió su fama por toda Siria.
Presentábanle todos los que estaban enfermos y acosados de varios males y
dolores agudos, los endemoniados, los lunáticos, los paralíticos, y a todos los
curaba (Mateo 4, 23).” Y el evangelio de San Marcos añade: “Y doquiera que
llegaba, fuesen aldeas, o alquerías, o ciudades, ponían los enfermos en las
calles suplicándole que les dejase tocar siquiera el ruedo de su vestido. Y
todos cuantos le tocaban quedaban sanos (Marcos 6, 56).” La caridad de Jesús se
prodigaba con todos. Con cuánto afán se acercaban a él para tocar sus
vestiduras, “porque salía de él una virtud que daba la salud a todos (Lucas 6,
19).” ¿Y cuál era aquella virtud? Era la virtud de su amor, de su poderosa e
infinita ternura, que jamás se cansaba de derramar copiosamente tales
beneficios.
Los milagros que por su bondad operaba
el Señor en los cuerpos de los enfermos no eran nada si los comparamos con sus
milagros a favor de LAS ALMAS. ¡Cuántas enfermedades espirituales sana Jesús
por el sacramento de la Penitencia! ¡A cuántas almas atormentadas por el
demonio tranquiliza desde los sagrarios en que reside! Y los mudos para
confesar sus culpas, los que cierran sus oídos a las insinuaciones de la
gracia, los corazones que desfallecen y, paralíticos, no dan ya un paso en el
camino de la virtud, todos, todos son objeto de su ternísima solicitud. ¡Ah!,
si recurriéramos a Jesús con la fe del Centurión, con la confianza de los diez
leprosos y con la constancia de la Cananea, no podría tampoco negarse a
nuestros requerimientos. Si el Señor obró efectivamente tantos milagros a favor
de los cuerpos perecederos, ¿qué no hará a favor de las almas inmortales?
¡Oh Jesús
mío! Lo confieso sinceramente: si hago tan pocos progresos en la virtud, si
adelanto tan poco en la vida espiritual, tengo que atribuirlo a la poca
confianza que en ti tengo. Para remedio de este grave mal me propongo: 1º,
recordar con frecuencia tus promesas a favor de la oración humilde, confiada y
constante; 2º, traer a menudo a la memoria cuanto por mi salvación sufriste,
sin mérito alguno de mi parte; 3º, pedirte diariamente me concedas firme
confianza en tu poderosa bondad y en tu palabra infalible, y la gracia de
apoyarme siempre en ti, sobre todo en las LUCHAS con mis enemigos, durante la
ORACIÓN y en los momentos de PRUEBA.
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