MARTES SANTO
LA CRUZ DEL
SEÑOR Y LA NUESTRA
Cuando la humanidad vio al
Unigénito de Dios, cargado con su pesada Cruz, avanzando penosamente por el
camino del Calvario, hubiera podido tener un presentimiento clarísimo de su
futura LIBERACIÓN. La iniquidad iba a ser borrada de la tierra, la justicia
divina apaciguada, el infierno cerrado y la esperanza de salvación devuelta a
las almas de buena voluntad. –Así, cuando el Señor nos aflige veamos en ello
una señal de que quiere PERDONARNOS, preservarnos de la condenación eterna,
hacernos recuperar la gracia perdida o aumentarla con los dones y virtudes que
la acompañan. ¡Cuántos motivos para estimar el sufrimiento y para no quejarnos
ni murmurar de las pruebas que Dios nos envía!
Jesús, llevando la Cruz a cuestas para
dejarse luego enclavar en ella, nos dio una prueba convincente de su amor por
nosotros. –También es una señal de amor que haya querido hacernos participar de
sus penas y de sus ignominias. Cuando sufrimos abandonándonos al beneplácito de
Dios, podemos decir que, como nuestro divino Redentor, presentamos nuestra
cabeza para ser coronada de espinas, nuestro cuerpo para ser maltratado y
nuestros hombros para soportar el peso de la Cruz; que, por lo tanto, recibimos
los mismo golpes que él recibió, nos hieren las mismas espinas y nos crucifican
en su misma Cruz. ¡Oh, y cuán preciosa eres, carga pesada de la Cruz, ya que de
esta manera nos unes a nuestro Dios y Salvador! “Yo a los que amo, los reprendo
y los castigo (Apocalipsis 3, 19)” para hacerles participar de mis oprobios y
dolores. ¡Feliz el discípulo fiel que, semejante al Cirineo, lleva la Cruz con
Jesús y no desfallece jamás bajo su peso!
Este sagrado
madero con que nuestro Redentor fue cargado y en que murió después de haber
sido crucificado, era mirado por San Juan Crisóstomo como la llave que habrá de
abrirnos las puertas de la JERUSALÉN CELESTIAL. Lo mismo acontece con las penas
que Dios nos envía, pues ellas nos alcanzarán la gracia de merecer la gloria y
la felicidad eternas. “Bienaventurado, pues, dice el apóstol Santiago,
inspirado por el Espíritu Santo, el hombre que sufre con paciencia la
tentación, porque, después que fuere así probado, recibirá la corona de vida
que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1, 12).”
Para ser
dignos de esta brillante corona, EXAMINEMOS cuál es la cruz con que Dios más
frecuentemente nos prueba y veamos en qué disposiciones la soportamos: ¿la
llevamos quizá malhumorados, impacientes, sin resignación?; ¿no es la cruz para
nosotros fuente de pecados y ocasión de ruina, en vez de ser fuente inagotable
de virtudes y de méritos? Cuánto lamentaremos a la hora de la muerte no haber
sabido llevar con paciencia las contrariedades de esta vida miserable.
¡Oh Jesús!,
tú llevaste antes que yo mis cruces a la par que la tuya, aligerándome la carga;
a veces, en tu bondad, has querido transformar mis amarguras en dulzuras, por la
unción de tu divina gracia. Te pido que me hagas estimar el sufrimiento como
prueba de tu PERDÓN, -prenda de tu AMOR- y medio poderoso para obtener la
SALVACIÓN.
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