MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA


INCOMPRENSIBLE MISERICORDIA DEL SEÑOR

Admiremos este profundo misterio: el hombre es la misma nada y la majestad del Creador es infinita. El pecado es, pues, en sí un MAL INFINITO, un mal que clama venganza, pero una venganza pronta y eterna, como el castigo que fue impuesto por Dios a los ángeles que prevaricaron. Sin embargo, el hombre peca y Dios lo tolera, y espera a que se arrepienta y haga penitencia, llegando en su bondad con él a inspirarle esta misma penitencia para perdonarle y salvar así a un ser que comparado a los millones de ángeles caídos, es mucho menos que un átomo. Y el Señor perdona a este ser indigno, cuando todas las obras del Creador querrían vengar al Todopoderoso de sus ofensas, Las potestades del cielo querrían exterminar al ingrato, el relámpago fulminaría contra él sus rayos y todas las plagas y calamidades del mundo se ensañarían con él. La majestad del Altísimo se siente irritada al considerar el ultraje y la ruindad de quien se lo hace. Su soberana autoridad no puede tolerar verse así desafiada, la divina justicia habrá de ser cumplida, hasta el infierno reclama su presa y murmura, y atormenta a condenados menos culpables que el pecador perdonado. Pero a todo resiste la infinita misericordia del Señor.

Sí, a todo RESISTE la infinita misericordia del Señor. Aunque el cielo, la tierra y los infiernos reclamen su presa, no la cede y la defiende con afán, a pesar de que dispensa su favor a una nada miserable, a un vil criminal, aun pérfido ingrato, que desprecia la majestad de Dios. Esa misericordia infinita quiere perdonarle, aunque haya infringido todas las leyes, herido todos los atributos divinos, destruido el reinado de la gracia dentro de su alma y hollado con sus pies a su divino Redentor. ¿Quién no se maravillará de semejante proceder? ¿Y cómo podremos nosotros hacer compatible este proceder con la idea de un Dios infinitamente sabio, poderoso y justo? ¿No es éste uno de los misterios más profundos de nuestra religión?
                           
¡Oh Dios mío! Para no castigarme como merecía por mis pecados y preservarme del infierno, has desplegado todos los recursos de tu infinita bondad. No solo no has escuchado las quejas y reclamaciones del demonio, que te acusaba de parcialidad, sino que también has luchado a favor mío contra toda la creación, que clamaba venganza, y contra tu misma justicia, tu santidad y tu majestad, que reclamaban sus derechos. ¡Ah!, ¿cómo podré ya agradecerte tan generosa caridad? Yo quisiera sobre todo amarte como te aman los ángeles y los santos en el cielo. Concédeme, por lo menos, las siguientes gracias que espero de tu misericordia infinita: 1ª, verdadero ARREPENTIMIENTO de mis pecados, sobre todo al considerar que con ellos he herido tus adorables perfecciones; 2ª, REPARAR por medio de la penitencia y del amor todos los agravios contra ti cometidos; 3ª, AGRADECERTE constantemente las infinitas misericordias dispensadas a mi alma, para lo cual quiero abnegarme en tu santo servicio todos los días de mi vida.

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