MIÉRCOLES DE PASCUA


LA RESURRECCIÓN DE LOS JUSTOS Y LA DE LOS PECADORES

Ya que formamos parte del cuerpo místico cuya cabeza es Jesús, su resurrección IMPLICA LA NUESTRA, del mismo modo que nuestra resurrección exige la suya; porque no es posible que el cuerpo subsista sin la cabeza, ni que los miembros se muevan coordinadamente sin ayuda de la misma. “Ahora bien, dice el Apóstol, si se predica a Cristo, como resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andan diciendo que no hay resurrección de muertos? (1 Cor. 15, 12).”

La resurrección de los justos no es solo una consecuencia de la Resurrección del Salvador, sino que también será CONFORME  a ella, según San Pablo (Filipenses 3, 20-21). Y nuestro divino Maestro dijo: “Saldrán los que hicieron buenas obras a resucitar para la vida eterna (Juan 5, 28.29)”. Los cuerpos, a semejanza del cuerpo de Jesús, gozarán de cuatro CUALIDADES GLORIOSAS: 1ª, la Impasibilidad, que los librará de todo sufrimiento, de la muerte y de cualquier alteración; 2ª, la Sutileza, que les hará en cierto modo espirituales, para que se hagan visibles o invisibles, según la voluntad del alma; 3ª, la Agilidad, gracias a la cual podrán trasladarse de un sitio a otro con la rapidez del rayo; 4ª, la Claridad, que los hará luminosos como soles, cuyos resplandores no causarán daño a los ojos.
                           
Y si todo esto acontece con los cuerpos de los justos después de la Resurrección, ¿qué es lo que acontecerá con sus ALMAS bienaventuradas? ¡Oh Dios mío!, ¿y quién podría explicárnoslo sino tú mismo? Cada una de ellas sobre pasará en esplendor y en belleza a todos los cuerpos glorioso juntos. Porque la superioridad del alma sobre el cuerpo puede decirse que es infinita. Esta verdad debería llenarnos de vehementes deseos de mortificar los sentidos y hacernos renunciar a nuestras viciosas inclinaciones.
“Los que hicieron MALAS OBRAS, prosigue el Evangelio, resucitarán para ser condenados.” Con ellos sucederá exactamente lo contrario de lo que habrá de acontecer a los justos. Los condenados serán horribles, repugnantes y miserables en sus cuerpos y en sus almas. Estarán abrumados bajo el peso de males incomprensibles, oprimidos por la tristeza y remordimiento, llenos de vergüenza, y en vez de trasladarse velozmente por los aires como los elegidos, se arrastrarán penosamente hasta el lugar en donde será pronunciada la sentencia final, que acabará de hundirlos para siempre en un abismo de oprobios y de tormentos inenarrables.
¡Oh Jesús mío!, no permitas que caiga sobre mi tan terrible maldición. Para que lo evite, inspírame el valor necesario: 1º, para reprimir mi orgullo, para llegar al verdadero desprecio de mi mismo, sometiéndome por completo a mis Superiores y siendo condescendiente con el prójimo; 2º, para practicar la mortificación de los sentidos y ser asiduo en la oración, para con estos medios evitar las faltas, aun las más leves, y merecer la sentencia que oirán los siervos fieles y vigilantes.

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