SÁBADO SANTO
ENTERRAMIENTO
DEL SEÑOR
Nada hay que no sea grande
en todo cuanto se refiere a nuestro Señor y a la salvación que nos trajo. En el
Evangelio se nos relatan LAS CIRCUNSTANCIAS no solo de la muerte, sino también
del enterramiento de nuestro divino Redentor. “José de Arimatea, dicen los
Evangelistas, se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y habiéndole
descolgado de la Cruz, le envolvió en una sábana limpia y le colocó en un
sepulcro abierto en pena viva, donde ninguno hasta entonces había sido
sepultado, y rodaron después una gran piedra con que cerrar la entrada (Mateo
27, 59. – Lucas 23, 50).” San Juan añade: “Vino también Nicodemo aquél que en
otra ocasión había ido de noche a encontrar a Jesús, trayendo consigo una
confección de mirra y de áloe, cosa de cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de
Jesús, y bañándole en las especies aromáticas, le amortajaron con lienzos,
según la costumbre de sepultar de los judíos (Juan 19, 39). Estos detalles, que
confirman la muerte del Redentor, confirman aún más nuestra fe en el gran
misterio de su Resurrección gloriosa.
Además, nos muestran CÓMO debemos
conducirnos para adquirir las virtudes que necesitamos para ser verdaderos
discípulos de Jesús. Según la expresión de San Pablo, por el bautismo fuimos
enterrados con Jesucristo, después de haber muerto de un modo místico, y esta
muerte mística no es otra, al decir de Santo Tomás, que la producida por el
ARREPENTIMIENTO y conversión del corazón, que entierra al hombre viejo que
antes vivía en nosotros.
Pero así como
el primer cuidado que tuvieron los discípulos a la muerte de Jesús fue el de
EMBALSAMAR su sagrado cuerpo con un preparado de aromas preciosos, el primer
cuidado del alma que se entierra en el sepulcro por la penitencia habrá de consistir
el recoger el perfume de aquellas VIRTUDES, que habrán de perfeccionarla. La
limpieza de la sábana en que fue envuelto el cuerpo de Jesús simboliza LA
PUREZA que deberá adornar un corazón que pretenda unirse estrechamente a Dios;
la mezcla de mirra con áloe nos indica el procedimiento para llegar a la pureza
de los santos: la MORTIFICACIÓN. Con ella nos desprenderemos de las cosas
exteriores, de los bienes creados, de nosotros mismos sobre todo, para así
podernos unir al soberano e infinito Bien. Dios quiera que sean éstas las
disposiciones de que estemos animados.
¡Oh Jesús!,
¡cuántas veces olvido que estoy en la escuela de un Dios que quiso ser
crucificado y durante tres días permanecer enterrado, para enseñarme a morir a
mi mismo a mis malas inclinaciones y a sepultar al hombre naturaleza y al
hombre pecador que vive en mí! Dígnate mostrarme, oh Jesús, el principal
OBSTÁCULO que en mi alma se opone a mi santificación. ¿Es acaso la vanagloria,
los honores, el rencor que no me permite perdonar una injuria? ¿Es falta de
atención en mis devociones, el amor de los placeres, la libertad que me tomo
para ver y saber cuánto me apetece sin contrariarme en ninguna ocasión?
¡Oh Jesús!,
habla, te lo ruego, a mi corazón; mándale, porque está dispuesto a obedecerte y
a sacrificarlo todo por interés de tu gloria y del progreso espiritual.
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