VIERNES SANTO
JESÚS
EN LA CRUZ
La cruz era el SUPLICIO de
los ESCLAVOS, es decir: de aquellos a quienes se negaba en la antigüedad
dignidad y derechos de hombre, colocados al propio nivel de los animales. Era
inaudito que un hombre libre hubiera tenido que sufrir semejante deshonor, mirado
por el mundo entero como el mayor de los oprobios. Entre los Judíos, la misma
Escritura sancionaba tal sentimiento al lanzar maldición sobre el que hubiera
sido colgado del infame madero. Maledictus
qui pendet in ligno (Deuteronomio 21, 23). Por eso en Judea se alejaban con
verdadera repugnancia del condenado a morir en cruz, de la que solo pendían los
más grandes facinerosos y los seres más viles y degradados.
¡Oh Jesús, santidad por esencia y
grandeza infinita! ¿Por qué quisiste ser tratado de TAN INDIGNA manera? Tú
mismo parecías ir al encuentro de semejante humillación, predicha por los profetas,
haciendo gala de ella, ofreciéndote a tus enemigos para que te clavaran y
levantaran en aquel infame patíbulo, en ignominioso espectáculo a los cielos y
a la tierra. ¡Nuestro Dios, Rey inmortal y Creador del universo, permite que le
llenen de confusión y vejaciones, cuando nosotros nos quejamos en cuanto somos
despreciados, olvidados y desechados! Queremos siempre ocupar el primer puesto
en el afecto y la estimación de las criaturas.
¡Ah!, DEJEMOS
ya de ser tan fatuos, tan presumidos, tan engreídos y pagados de nosotros
mismos, al contemplar al divino Redentor puesto en la mayor abyección para
curar nuestro orgullo y nuestra soberbia. Este vicio, que tuvo su cuna al pie
del árbol sagrado de la Cruz, donde proclamó con su conducta que la HUMILDAD es
la base de su reino, que él quiere ser Rey de los pequeños y humildes que,
obedeciendo a su Iglesia, se hacen sus discípulos, y no quiere, en cambio, ser
Rey de los soberbios, partidarios de Luzbel. Nuestro corazón… ¿es DÓCIL, está
dispuesto a someterse a las enseñanzas de la fe, a esperar en las promesas
divinas? ¿Obedecemos puntualmente a toda autoridad legítimamente constituida como
obedeceríamos a Dios, sin réplicas ni murmuraciones?
¡Oh Jesús
mío! Los humildes reciben en paz y con dulzura todas las afrentas y desprecios.
Te ruego me concedas la humildad, para que aprenda a soportar con amor cuanto
pueda curar mi vanidad, mi orgullo y mis pretensiones. Tenga yo siempre delante
de mis ojos los oprobios de tu crucifixión para que pueda darme cuenta de lo
que soy y sepa mirarme como cosa abyecta y despreciable, siempre dispuesto,
como tú, a SUJETARME y RESIGNARME a la voluntad del Padre.
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