JUEVES ANTES DE PENTECOSTÉS
CÓMO
DISPONERNOS A CELEBRAR ESTA FIESTA
Nuestro divino salvador
decía a los Apóstoles: “Cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que
procede del Padre y que yo os enviaré de parte de mi Padre, él dará testimonio
de mi (Juan 15, 26).” Jesús, al pronunciar estas palabras, prometía enviar a
sus discípulos el Espíritu Santo y los animaba a esperar su venida con fervor.
El Señor llama al Espíritu Santo, ESPÍRITU DE VERDAD que procede del Padre,
quien, por lo tanto, nos lo dará a conocer; y dice que el Consolador, ese
Espíritu de Verdad, dará testimonio de él, entendiéndose por esto que hará
comprender toda su grandeza y todas las excelencias de su doctrina. No
olvidemos que la vida eterna consiste, como dijo nuestro divino Maestro, en
conocer a Dios, Único y Verdadero, y a Jesucristo.
El Espíritu Santo no solo enseña las
verdades referentes a la salvación; también sugiere a cada uno de nosotros lo
que le conviene saber en su caso particular. De esta manera NOS ILUMINARÁ para
que comprendamos cuán grande es el abismo de nuestra nada y nos hará ver
nuestras torcidas y perversas inclinaciones, que habremos de enderezar y
corregir. Ensanchando los horizontes de nuestra alma, nos hará comprender
claramente la extraordinaria malicia del pecado y las perfecciones sin límites
de aquel a quien debiéramos amar con todas las fuerzas de nuestro corazón,
haciendo al mismo tiempo que nos adentremos más y más en los misterios de
Belén, de la Cruz, de la Eucaristía, y dándonos mejor a entender los beneficios
de la fe, de la gracia, de los sacramentos; ayudándonos a expresar al Señor
nuestro profundo agradecimiento por todos estos beneficios. Hará, además, el
Espíritu Santo que se afirme en nuestras almas la virtud de la esperanza en las
promesas divinas, promesas hechas a favor de la oración, de la buena voluntad,
del arrepentimiento y de las buenas obras, y que nos revelan la importancia de
estos medios de alcanzar la salvación.
Además de
estas gracias que el Espíritu divino nos dispensa, quiere también descubrir a
nuestras almas caminos nuevos que explorar, nuevos progresos que hacer en la
práctica difícil de la humildad, de la abnegación, del sacrificio; quiere
enseñarnos qué adelantos podemos hacer en el ejercicio del recogimiento, de la
vigilancia y la meditación; quiere perfeccionarnos en dulzura, celo,
generosidad y en todo cuanto la caridad sabe inspirar a las almas deseosas de
santificarse. El Espíritu Santo, para que nos dejemos guiar dócilmente de sus
divinas inspiraciones, nos comunica la dulzura de su unción, que ablanda y hace
dúctil nuestra voluntad, y el don de FORTALEZA, de esa fuerza victoriosa de la
que dieron pruebas los Apóstoles y los primeros cristianos cuando, por la
gloria de Jesús, no solo no se preocupaban de respetos humanos, sino que
resistían con valor sin igual los más crueles tormentos y hasta la misma
muerte.
¡Oh Dios mío,
Espíritu de Santidad! Muéstrame la profunda miseria en que estoy sumido, y haz
que desee tu divina presencia en mi alma, con el mismo ardor con que tus
discípulos te esperaban reunidos en el Cenáculo. Y tú, ¡oh María!, intercede
por mí cerca del Espíritu divino, para que perfeccione mi entendimiento y mi
voluntad: MI ENTENDIMIENTO, por los dones de Sabiduría, Inteligencia, Ciencia y
Consejo, y MI VOLUNTAD, por los dones de Piedad, de Fuerza y de Temor de Dios.
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