LUNES ANTES DE PENTECOSTÉS


      EL DON DE CIENCIA

El don de Ciencia no solamente nos enseña lo que son las criaturas en sí, sino además y sobre todo lo que son con RELACIÓN A DIOS. Nos enseña, por tanto, a usar de las cosas creadas, SIN APEGARNOS a ellas y solo en cuanto nos acercan a Dios, Bien soberano. –Si se sacan indebidamente los registros de un órgano, éstos producen ruidos desagradables y discordantes; pero si, por el contrario, se tocan con maestría, brotan de ellos raudales de notas vibrantes, suaves y bellas melodías. Lo mismo acontece con las cosas creadas; si no sabemos usarlas, ofenderemos al Creador, y si, por el contrario, nos servimos de ellas como los santos, le servimos y le damos gusto. Porque, como dice San Lorenzo Justiniano, “toda la naturaleza forma un maravilloso concierto y dulce armonía, que canta la gloria de su Creador”. ¡Felices las almas que saben escuchar este concierto, en el que ellas mismas toman parte!

Los santos que en el siglo fueron tenidos por ignorantes conocieron mejor que los sabios el SECRETO DE LA CREACIÓN. San Antonio Abad, aunque jamás estudió ciencia alguna, leía en el gran libro del Universo las perfecciones del Creador. ¡Oh!, si nosotros supiéramos también leerlo, exclamaríamos como el rey David: “¡Qué magnificencia, Señor, en tus obras. Al contemplarlas salto de placer (Salmo 91, 5).” “¡Oh Señor, cuán grandiosas son todas tus obras! Todo lo has hecho sabiamente; llena está la tierra de tus riquezas (Salmo 103, 24).” “Maravillosas son las encrespaduras del mar; más admirable es el Señor en las alturas (Salmo 92, 4).”
                           
¿Tenemos por costumbre considerar con ojos de fe y ciencia sobrenatural las bellezas de la naturaleza que LLAMAN NUESTRA ATENCIÓN? Desgraciadamente, al contemplar las obras de arte hechas por manos de hombres, admiramos al artista que las realizó; cuando nos extasiamos ante la obra de Dios, no somos capaces de levantar nuestros corazones hacia el autor de tanta magnificencia para darle gracias y alabanzas por ella. Y todas las obras del Señor son dones que en su infinita Bondad ha querido otorgarnos y que reclaman nuestro AGRADECIMIENTO. El sol que nos alumbra, el aire que respiramos, el alimento que nos sostiene, la ropa con que nos vestimos, las criaturas que nos rodean y nos sirven, todo ello nos habla del poder, de la sabiduría y de la caridad de Dios hacia nosotros. ¿Cómo es posible que permanezcamos insensibles y no nos demos cuenta de todo esto? ¿Cómo es posible también que en vez de usar de las cosas exteriores para elevarnos a Dios, nos sirvamos de ellas para ofenderle? ¡Qué ingratitud la nuestra!
¡Oh divino Espíritu santificador!, dígnate iluminarme y hacerme ver al Creador en sus criaturas; que todo el espectáculo de la naturaleza sea para mí un espejo en el cual vea claramente tus adorables perfecciones. Al usar de las cosas creadas, hazme siempre mortificado y agradecido. MORTIFICADO, es decir, siempre dispuesto a sacrificarte los placeres de mis sentidos; AGRADECIDO, dándote siempre gracias por tus beneficios y alabando sin cesar las obras de tus manos.

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