MARTES ANTES DE PENTECOSTÉS


EL DON DE INTELIGENCIA

Pertenecemos a la Iglesia lo mismo que los santos, y compartimos con ellos las mismas creencias; sin embargo, éstas nos impresionan muy poco, mientras que maravillaban y llenaban de asombro a los verdaderos discípulos del Señor. Y es porque éstos estaban iluminados profusamente por el don de Inteligencia. Así como no podríamos contemplar las magnificencias de un palacio ricamente amueblado, sino según la menor o mayor claridad, tampoco podríamos apreciar las verdades que por la gracia divina y la educación cristiana fueron depositados en nosotros, si no fuéramos alumbrados por el don de Inteligencia. Las podremos apreciar mejor o peor según estemos más o menos iluminados por este faro divino. Los santos lo estaban en MÁS ALTO GRADO que nosotros. De ahí los efectos maravillosos que advertimos en sus almas y en sus obras.

San Antonio Abad, después de haber pasado toda la noche EN ORACIÓN, se quejaba de que el sol de la mañana le interrumpía demasiado pronto en sus plegarias y meditaciones. Más alumbrado que nosotros, comprendía mejor la sublimidad de los misterios de la fe y el gran valor de la contemplación. El bienaventurado Gil de Asís decía que conocía a un hombre que, al recitar los Salmos de David, recibía luces suficientes para interpretar de cien maneras diferentes cada uno de los versículos. Y este hombre era él mismo, sencillo lego franciscano, que, sin haber hecho estudios de ninguna clase, podía profundizar mejor que los teólogos las verdades sobrenaturales contenidas en la Sagrada Escritura.
                            
El Espíritu Santo no solo ilumina a las almas piadosas y fieles en sus meditaciones de los misterios de la religión, sino también les revela cuáles sean los medios que mejor habrán de servirles para SANTIFICARSE. Por eso Santa María Magdalena de Pacis, poco antes de morir, decía: “Muero sin haber llegado a comprender cómo es posible que pueda cometerse un PECADO MORTAL.” Nosotros, si conociéramos como ella las grandezas de Dios, sus infinitas perfecciones, la riqueza de su gracia, la importancia de la salvación, no querríamos cometer jamás ni una leve falta con propósito deliberado. A Santa Teresa le parecía un imposible dejarse seducir por las GLORIAS DE ESTE MUNDO: tan claramente veía la mentira y la vanidad de todas ellas. Si deseamos sentir, al igual que estas almas grandes, el horror del pecado; si queremos conocer los tesoros que se esconden en la humildad, en la vida oculta y en las heridas que le son inferidas al amor propio, pidámosle a Dios insistentemente el don de la Inteligencia, para que nuestra fe se eleve a la misma altura que se elevó la de los santos.
¡Oh Señor!, mi espíritu está en tinieblas, que no me dejan comprender la nada de los bienes terrenales y las vanidades del mundo. Mi razón está engreída y llena de prejuicios y de máximas del siglo, que no me dejan ni vislumbrar cómo habrá de ser la eterna bienaventuranza ni dejan triunfar en mí totalmente las verdades de la religión. Dígnate, oh Espíritu Santo, descubrirme con toda claridad: 1º, TUS GRANDEZAS, tus perfecciones infinitas, tus derechos imprescriptibles y tus innumerables beneficios; 2º, LAS OBLIGACIONES que hacia ti se desprenden de tus divinos atributos y de los sublimes misterios propuestos por la Iglesia, tu Esposa.

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