MARTES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA
CONSUELOS
ESPIRITUALES
Aunque la devoción
consiste principalmente en una disposición de la voluntad para abnegarse en el
servicio de Dios, no se deben, sin embargo, despreciar los consuelos
espirituales que de ella dimanan y sirven a veces para MANTENERLA. Por eso
exclamaba el Salmista: “¡Oh cuán grande es, Señor, la abundancia de la dulzura
que tienes reservada para los que te temen! (Salmo 30, 20).” “Mi alma suspira y
padece desmayos, ansiando estar en los atrios del Señor; transportase de gozo
mi corazón y mi cuerpo contemplando al Dios vivo (Salmo 83, 3).” “Gustad y ved
cuán suave es el Señor (Salmo 33, 9).” Y por eso también nuestro divino Salvador
nos hizo esta recomendación: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre;
pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea completo (Juan 16, 24).”
Es verdad, como dice Suárez, que el
gusto sensible por la virtud contribuye a hacérnosla practicar PRONTAMENTE.
Dios lo suele dar generalmente a aquellos que están en los comienzos de la vida
devota, a la manera que se da leche a los niños, para que así no encuentren tan
austero el servicio de Señor tan bueno, y no le abandonen para ir en busca de
las diversiones y vanidades mundanas. También Dios suele consolar de este modo
y con cierta frecuencia a las almas más adelantadas en esa vida de devoción,
cuando le son fieles, para AFIRMARLAS aún más en el buen camino. En efecto, se
hace con más afán y constancia aquello que con gusto se hace. Almas hay que con
tal generosidad se entregan a la devoción, que llegan a encontrar sus delicias
en las vigilias y en las mortificaciones.
Los consuelos
sensibles, pues, nos ayudan a vivir con FERVOR, aumentando nuestra confianza y
amor, y haciéndonos conocer por experiencia cuán grande es la bondad de Dios.
De esta manera nos DESPRENDE de las satisfacciones de los sentidos, de las
vanidades del siglo y de todo lo creado. ¿De dónde viene que tal vez seamos
duros de corazón, pensando que es sólida virtud? ¿No serán causas de esto
nuestras faltas veniales, nuestra disipación, nuestra cobardía, nuestra poca
abnegación y nuestra infidelidad en corresponder a la gracia? A ser esto así,
humillémonos, mortifiquemos nuestros sentidos, hagamos lecturas piadosas,
prolonguemos la meditación, multipliquemos las oraciones, las aspiraciones del
corazón hacia la divina Bondad, y pronto vendrán las dulzuras celestiales a
consolarnos, fortificarnos y llenarnos de celo en el servicio de Dios.
¡Oh Jesús
mío! Hazme gustar la suavidad de tu yugo, para que a él me sujete para siempre
y sin reservas de ninguna clase.
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