MARTES DE ROGATIVAS

LA ORACIÓN DOMINICAL

Cuánto debemos apreciar esta hermosa oración del Padrenuestro, pronunciada por los labios divinos de Jesús e inspirada por su amorosísimo Corazón, pues en ella encontramos reunidos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Los santos no tenían palabras para alabarla. San Cipriano encontraba en ella un resumen del Evangelio. Santo Tomás, la manera de expresar nuestras súplicas y la medida de lo que podemos desear. Y esta oración nos fue enseñada por el Unigénito de Dios, que quiso hacerse nuestro hermano, siendo él el único Maestro capaz de enseñarnos la manera de dirigirnos a la soberana Majestad de Dios, que se digna escuchar nuestras súplicas.

“Padre nuestro” nos enseña a decir, y podemos decirlo de verdad, porque el PADRE CELESTIAL nos ha adoptado por hijos suyos en Cristo. ¡Cuánto respeto, cuánta confianza, cuánto amor debe inspirarnos este nombre tan suave y tan augusto al mismo tiempo! Y ¡cuánta caridad hacia todos los hombres debemos sentir al pronunciar estas palabras, que nos hacen hermanos de todos y que rezamos en unión de todos esos hermanos! “Padre nuestro, que estás en los cielos”, en los cielos, en los que tienes establecido tu reinado y en donde habremos de contemplarte un día, cuando gocemos de la herencia de los santos.
                           
Y ¿qué es lo que pedimos a este Padre, infinitamente rico e infinitamente bueno? Pues le pedimos su GLORIA y NUESTRA SALVACIÓN. El Señor todo lo creó para conseguir estos dos fines; luego es natural que estos fines sean también los nuestros, y que le dirijamos nuestras oraciones y hagamos nuestras obras para alcanzarlo “Santificado sea el tu nombre”; estas palabras dicen: Dios mío, Padre mío, haz que te conozcan, que te amen, que te GLORIFIQUEN. “Venga a nos el tu reino”; es decir, reina en mí, reina sobre nosotros por tu gracia divina en este mundo y por la plenitud de todos tus dones en LA GLORIA.
¿Qué más podríamos desear nosotros, hijos de Dios, y qué más podríamos buscar? Nuestra primera obligación es querer por encima de todo la gloria de nuestro Padre celestial, y como este deber está unido al que tenemos de procurar la salvación del alma, por eso añadimos estas palabras: “venga a nos el tu reino”.
¡Dios mío!, ya que quisiste adoptarme por hijo, no permitas que me convierta en mercenario, que, buscando sus propios intereses, no se preocupa de los tuyos. Infúndeme valor para trabajar sin tregua en honrarte y en glorificarte, aunque, si fuese preciso, tuviera que sufrir por ello toda clase de humillaciones y de penas. Establece en mí tu reinado, porque de ti únicamente quiero depender. Purifica mis intenciones y despega mi corazón de los bienes terrenales. De ahora en adelante me resuelvo firmemente: 1º, a que redunden en gloria tuya todas mis acciones, penas y luchas para honrar de esta manera tus infinitas perfecciones; 2º, a buscar siempre y por encima de todo tu divina amistad, que es condición esencial para la salvación de mi alma.

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