MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA


EL DESALIENTO

¡Qué poco puede el alma, que se deja dominar por el desaliento! ¡Mientras permanece en tan LAMENTABLE ESTADO, en vez de poner remedio a sus males, éstos se agravan cada día más! Y aunque se le den caritativos consejos, no es capaz de sacar de ellos ningún provecho. Semejante a la tela que cede bajo el pincel del pintor, se sustrae a cualquier saludable impresión y le resultan inútiles los esfuerzos de los que se preocupan de su bien. ¿Tiene que enfrentarse con la tentación? Imitará al soldado cobarde que tira al suelo las armas en cuanto ve al enemigo. Hasta le parece mucho recurrir a la oración para desviar sus pensamientos del objeto que la seduce, y cae miserablemente dominada por el infierno.

El dominio se atreve más cuanto nos ve más tímidos y más débiles. Si llevó a Judas a la desesperación, fue porque estaba desalentado. Y si San Pedro se levantó después de la caída, fue gracias a su esperanza constante en Jesús. ¡A cuántos cristianos HA ARRUINADO el desaliento, y a cuántos salva diariamente la humilde virtud de la confianza! Santa Teresa prodigada sus elogios a los corazones valientes y generosos, y decía de ellos que hacían más progresos en poco días que las almas pusilánimes en varios años.
                           
¿No son los nuestros de esos CORAZONES ESTRECHOS que se recelan de confiar en Dios y temen de continuo ser abandonados de él? ¿No desfallecemos en cuanto se nos ofrece la menor dificultad o la aridez hace presa en nosotros, u oramos sin gusto, o el tedio y el cansancio se apoderan de nuestra alma, o la carne y Satanás nos incitan al mal, o se nos imponen trabajos difíciles y penosos? Los santos hubieran pensado que ofendían a Dios si hubieran creído un momento que los abandonaba cuando los probaba, o tenían que luchar con las dificultades de esta vida. El Señor puso estas palabras en boca del Salmista: “Clamará a mí, y le oiré benigno; con él estoy en la tribulación. (Salmo 90, 15).” Sea siempre la ORACIÓN el remedio de todos nuestros males. “Allegaos a Dios, dice el apóstol Santiago, y él se allegará a vosotros (Santiago 4, 8).” “CONFIAD en él y os colmará de bienes (Salmo 90).” También el santo Job exclamaba en medio de sus tribulaciones: “Aun dado que el Señor me quitaré la vida, en él esperaré; en todo caso yo expondré ante su acatamiento mi conducta (Job 13, 15).”
¡Dios mío!, concédeme la gracia de invocarte siempre y abandonarme en tus divinas manos cuando me vea abrumado por la tristeza o tema desfallecer. La ORACIÓN y la CONFIANZA ensanchan el corazón y nos dan fuerzas para vencer el desaliento que nos causa la tribulación. Propongo colocarme junto a la Virgen de los Dolores a los pies de Jesús crucificado, para ofrendarle mis penas e implorar su socorro divino.

Comentarios

  1. Muchas gracias. En la situación actual estas palabras me hacen bien

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