MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA
MEDIOS DE IMITAR A JESÚS.
LA SANTA COMUNIÓN
Si San José se consideraba
tan feliz con poder llevar en sus brazos al Hijo del Padre eterno, también
nosotros podemos considerarnos felices, y, hasta cierto punto, aun quizá más
felices que él, cuando recibimos en nuestro pecho a Jesús. La Comunión es un
don de más precio que el universo entero, pues el mismo Creador se da en ella
con todo cuanto posee. Por eso, antes de comulgar deberemos despertar nuestra
fe acerca de la grandeza de este misterio y de los bienes inmensos que con la
Comunión adquiere el alma. Si tenemos fe viva, desearemos con gran ardor sacar
de este banquete divino los frutos más abundantes y duraderos.
Para mejor recogerlos, empecemos con
tiempo a practicar aquellas VIRTUDES de las que Jesús en el tabernáculo es
ejemplo: su profunda humildad que le hace esconderse bajo tan débiles especies
y le hace soportar con paciencia los ultrajes y las irreverencias de que es objeto;
su perfecta obediencia al sacerdote, hasta el punto de no oponerle jamás la
menor resistencia, a pesar de que a veces le hace descender a corazones
manchados por el pecado; su espíritu de oración y de sacrificio, que le hace
defender la causa de los hombres ante el Padre celestial e inmolarse
diariamente tantas veces por nuestra salvación. Allí escondido, practica
incesantemente la más perfecta caridad, llegando en el exceso de su amor a
ejercer esa caridad divina hasta a favor de sus mismos enemigos, siendo
imposible poder apreciar su abnegación sin límites, al quedarse por nosotros
prisionero noche y día en el Sagrario.
Estudiando su
ejemplo divino, y aplicándonos a imitarlo, dispondremos nuestros corazones para
la obra de la santificación, de que es la Eucaristía causa principal. El divino
Maestro, al encontrar nuestra alma en armonía con la suya divina, fácilmente
podrá conducirla por el camino de la verdadera santidad. -San Luis Gonzaga se
preparaba durante tres días para recibir en su corazón a Jesús sacramentado.
Nosotros preparémonos cuidadosamente para la Comunión durante todo el tiempo
que precede a tan feliz momento, haciendo actos frecuentes de fe, de amor, de
deseo, y practicando las virtudes antes mencionadas con intención de unirnos
aún más estrechamente a nuestro divino Redentor.
¡Oh Jesús,
Pan de los Ángeles, Maná celestial sabrosísimo!, dígnate prepararme para
recibirte en la Comunión, formando mi corazón a semejanza del tuyo y del de tu
purísima Madre, María. Concédeme la fe de San Ignacio, la confianza de Santa
Teresa y el amor de San Alfonso o de San Felipe Neri, para participar al igual
que esas almas tan grandes de los frutos inmensos de tu adorable Sacramento. Te
amo, ¡oh soberano bien mío!, más que todo y más que a nadie, y te ruego que me
concedas las fuerzas necesarias para imitarte, llevando vida humilde y
escondida; practicando la obediencia, la docilidad, la oración y el propio
renunciamiento.
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