SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA


MOTIVOS QUE TENEMOS PARA SANTIFICARNOS.

Nada existe ni más grande ni más de desear que la santificación del alma. Ni la majestad de los reyes, ni la dignidad de los pontífices, pueden ser comparadas a la grandeza de los santos, pues éstos son émulos y conciudadanos de los ángeles, mientras que reyes y pontífices, sin la gracia santificante, serán esclavos del infierno.

Por eso el Señor ESTIMA TANTO  a las almas que trabajan por lograr la perfección; por eso las defiende con tanta solicitud, las protege, les otorga sus luces y gracias, atrayéndolas más y más hacia su divino amor. Con más esmero se ocupa de dirigir a un corazón fervoroso que de gobernar los astros y el universo entero. Dios, por la salvación y santificación de una sola alma hubiera enviado a la tierra a su Hijo unigénito a morir sobre la Cruz.
                           
JESÚS, por una sola alma, seguirá siendo siempre la augusta Víctima del Altar y el Prisionero de Amor en el sagrario. Es tanto lo que ama a las almas, que dijo a Santa Teresa que por ella sola hubiera creado el Paraíso. Y él, que era el dueño de todas las ciencias de la naturaleza, nunca dijo palabra de todos estos secretos, para enseñarnos el aprecio que hacía de la santificación de las almas y de las riquezas de la gracia. Toda su doctrina y actuación se condensa en la ciencia de la salvación.
¡Qué LECCIÓN PARA NOSOTROS, que siempre estamos ambicionando honores, dignidades, talento para escudriñar las ciencias humanas, y que tan poco nos preocupamos, en cambio, de hacer progresos en el camino de la virtud! ¡Cuán apegados estamos aún a la tierra, a los prejuicios humanos, y qué lejos de tener los sentimientos del Verbo encarnado! “¿Hasta cuándo, nos dice el Espíritu Santo, amaréis la vanidad y buscaréis la mentira?” Si verdaderamente la quisiéramos, podríamos poseer la perfección, y con ella la GLORIA eterna, las RIQUEZAS imperecederas y la verdadera FELICIDAD. ¿Es posible que aun dudemos?
¡Oh Dios mío, Bien supremo, inmutable y eterno! Hazme comprender que amándote sólo a ti, poseeré todos los bienes y gozaré de la verdadera FELICIDAD. Haz que viva aquí en la tierra completamente desprendido y desinteresado de todo lo que no seas tú, ocupándome únicamente en trabajar, orar, obedecer, practicar la caridad, la paciencia y todas las virtudes que santifican a las almas.

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