VIERNES DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN


NOVENA AL ESPÍRITU SANTO

Como preparación a las fiestas litúrgicas, la Iglesia nos recomienda hagamos la Novena que a cada una de ellas corresponde. Y la Novena del Espíritu Santo es de una gran  importancia, porque en ella honramos a la tercera persona de la SANTÍSIMA TRINIDAD, que coopera en todas las obras divinas y de un modo particular en el misterio de la REDENCIÓN y nos aplica los méritos de nuestro Salvador. Por esto Jesús, el divino Maestro, pronunció estas palabras: “En verdad, en verdad te digo que quien no renaciere por el bautismo del agua y la gracia del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3, 5).” El Espíritu Santo es quien, en el Bautismo, nos hace nacer a la vida de la gracia, nos colma de dones celestiales el día de la Confirmación y nos une a Jesús en la Eucaristía, porque como dice San Pablo, este Espíritu divino es quien “derrama la caridad de Dios en nuestros corazones (Romanos 5, 5)”, e interviene también en el augusto sacrificio de la Misa, como nos lo hace ver la Iglesia al dirigirse a él con estas palabras: “Ven, Santificador todopoderoso, Dios eterno: y bendice este sacrificio preparado para gloria de tu santo nombre.”

También la Iglesia, cuando quiere santificar al mundo, lo hace por la gracia del Espíritu Santo, que es quien la vivifica; porque, como dice Santo Tomás, así como Jesús es la cabeza del cuerpo místico, y derrama sobre todos los fieles la vida sobrenatural, que es como la sangre del alma, que le infunde las fuerzas necesarias para obrar el bien. ¡Oh!, ¡cuánto agradecimiento debemos tener al Espíritu Santo por habernos iluminado con la luz de la fe, por habernos hecho hijos de Dios y participantes de su naturaleza y por habernos enriquecido con virtudes y gracias preciosísimas, la menor de las cuales sobrepasa en valor a todas las riquezas de la tierra. También debemos a ese Espíritu Santificador la capacidad de hacer actos meritorios y de acrecer a cada instante nuestro tesoro espiritual y eterno.

Démosle gracias, por tanto, durante estos DÍAS DE SU NOVENA, y pidámosle sus dones con verdadero afán, con el mismo con que se los pidieron los santos. Y si vemos que en nosotros existe algún defecto especial, o tenemos algún mal sentimiento en nuestro corazón, o deseamos adquirir alguna virtud particular, aprovechemos estos días, invoquemos para ello al Espíritu divino, que quiere santificarnos, se prepara a colmarnos de beneficios, que él aumentará en nuestra alma la gracia habitual, hará más viva nuestra fe, afirmará nuestra esperanza y nos hará más generosos y abnegados. Encomendémonos al Espíritu Santo con fervor y perseverancia, y él infundirá en nosotros el santo temor de Dios, nos hará meditar y orar con más atención, nos hará corresponder mejor a sus gracias celestiales y avanzar rápidamente por los misteriosos caminos de la vida interior. ¡Qué importante es, pues, para nosotros hacer con verdadero fervor esta Novena!

¡Oh Dios mío!, dame, te lo ruego, el recogimiento que para ello necesito, y dame también espíritu de oración. Quiero unirme con este fin a la Virgen María y a los Apóstoles, participando de sus sentimientos cuando se hallaban recogidos en el Cenáculo, esperando la venida del Espíritu Santo.

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