2 º DOMINGO DE PENTECOSTES


LA COMUNIÓN

“En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto (Juan 12, 24).” El grano de trigo del Evangelio no es otro sino el Salvador, que por su muerte se convirtió en el trigo de los elegidos. ¡Y qué ABUNDANTÍSIMO FRUTO produce en el adorable misterio de la Eucaristía! El pan material, alimento de nuestro cuerpo, se convierte en la misma sustancia de aquel a quien alimenta; pero no sucede esto con el Pan divino de la Eucaristía, que, más poderoso que nosotros, nos transforma en él de modo maravilloso, y como es noble, celestial y divino, nos eleva, nos desprende de todo y nos hace participes de la nobleza, sabiduría y santidad de Jesús, penetrando los pensamientos, las intenciones, las luces y los sentimientos del Señor en nosotros, como los rayos del sol a través del cristal. De esta manera, al serle comunicadas a nuestro corazón tan santas inclinaciones, amamos como Jesús la vida interior, vida de gracia y de fe, que santifica nuestras intenciones, dirige nuestras empresas, regula nuestras palabras y nuestra conducta, nos hace modestos, respetuosos hacia Dios y dulces, caritativos para con nuestros prójimos.

Este es  el PERFUME CELESTIAL que, como estela, van dejando tras de sí las almas piadosas después de la Comunión; perfume en que quedan aromadas aun después de haber desaparecido las especies sagradas. Siendo niña Santa María Magdalena de Pacis solía seguir a todas partes a su madre, los días que ésta había comulgado, y le decía: “Madre mía, hueles a Jesucristo.”
                           
Y no es de extrañar, porque así como entre los amigos que se QUIEREN existe como un atractivo, una simpatía misteriosa que los acerca a pesar de las distancias, ¡cuánto mayor será el atractivo y la simpatía entre el Redentor y las almas que le han recibido en la Comunión, contrayendo con él nuevos lazos de amistad y parentesco espiritual, más fuertes que los lazos de la naturaleza! “Aquel que comulga, dice San Alfonso María de Ligorio, está en el corazón de Jesús y Jesús está en su corazón; siendo esta unión, no una unión de puro afecto, sino una unión REAL y verdadera.”
¡Oh adorable Salvador mío! ¡Qué fuente de bienes tan inagotable es esta unión para nosotros! ¡Con cuánta solicitud nos proteges, defiendes, colmas de gracias, sobre todo en los días que participamos de tu divino Banquete. Tú lo dijiste: el alma que te recibe habrá de vivir a impulso de tu Espíritu divino; por lo tanto, no permitas que la vida de los sentidos, la vida natural, la vida de las pasiones y de los institntos pueda dominarme jamás; hazme, por el contrario, obrar siempre por principios de fe, por motivos de virtud, sobre todo al practicar la obediencia que debo a mis superiores, que te están representando en la tierra, al practicar la caridad con el prójimo, tu imagen viviente; y sobre todo al conformarme con tus divinas voluntades, que se encierran para mí en el cumplimiento de mis deberes y en los acontecimientos que me atañen y que a veces me obligan a ejercitar la virtud de la paciencia y de la resignación.

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