24 DE JUNIO


 NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

La verdadera grandeza no consiste en la alcurnia, ni en  los empleos, ni en las dignidades, sino en la semejanza con el modelo de toda grandeza moral, Jesucristo. San Juan Bautista fue grande desde su nacimiento, porque ya desde entonces se ASEMEJABA al Verbo encarnado. El arcángel Gabriel, que anunció a María la encarnación del Verbo, también anunció a Zacarías el nacimiento de Juan Bautista. Y el mismo Jesús santificó a su Precursor y le llenó del Espíritu Santo por intermedio de María, aun antes de que viniera al mundo. Por tanto, San Juan Bautista nació puro, agradable a los ojos del Señor, teniendo uso de razón y adornado de todas las virtudes.

Hubo grande MILAGROS con motivo de su nacimiento. El cielo reveló a sus padres el nombre que habían de ponerle. Zacarías recobró el habla que había perdido y entonó el hermoso cántico Benedictus, que diariamente repite la Iglesia hasta los confines de la tierra. Grande, por tanto, tiene que ser aquel cuyo nacimiento fue ilustrado por semejantes prodigios. Los vecinos, extrañados, se preguntaban entre sí: “¿Quién pensáis ha de ser este niño? (Luc. 1, 66)”, y la alegría desbordaba de todos los corazones. La Iglesia celebra la Natividad de Jesús y de María, pero de los santos que coloca en los altares solo celebra la muerte o su entrada en el cielo. Únicamente horna el nacimiento de San Juan como si quisiera canonizarle desde que vio la luz del mundo.
                           
Nosotros, que quizá tenemos a gala descender de familia ilustre, ¿nos vanagloriamos por ello y hablamos engreídos de nuestro nacimiento? Y si es modesta nuestra cuna, ¿no nos jactamos de poseer ciencia o piedad, de las que estamos más o menos desprovistos? ¿No nos preciamos de atentos, amables, prudentes, caritativos, abnegados, y cuidamos de las apariencias sin preocuparnos de NUESTRO INTERIOR, como si el mérito residiera en aquéllas y no en la realidad?
¡Oh Dios mío! No permitas que ponga mi grandeza en la propia estimación o en la vanagloria, siendo así que la grandeza solo podré encontrarla imitando a Jesús, Rey inmortal, y gloriándome en su Cruz.

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