LUNES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
EL CORAZÓN DE JESÚS, PERFECTO MODELO DE
SACRIFICIO
El apóstol San Pablo
escribe: “El Hijo de Dios, al entrar en el mundo, dijo a su Eterno Padre: Me
has apropiado un cuerpo mortal. Heme aquí, vengo, según está escrito de mí,
para cumplir, oh Dios, tu voluntad (Hebr. 10, 5-7).” Jesús se ofrecía de este
modo a la Justicia divina para pagar nuestras deudas, y el Padre eterno aceptó
esta ofrenda inspirada a su Hijo por su amantísimo Corazón. Desde entonces el
Salvador vive CONSTANTEMENTE INMOLADO. Las privaciones de la infancia, las
fatigas del apostolado y los crueles suplicios de la Pasión hicieron de él la
Víctima perpetua de nuestra salvación. Y eso es lo que precisamente nos
recuerda la corona de espinas que ciñe al Sagrado Corazón en sus imágenes.
Jesús no se contenta con inmolar su
cuerpo; quiere también inmolar su VOLUNTAD: “Heme aquí que vengo, dijo a su
Eterno Padre, para cumplir, ¡oh Dios!, tu voluntad.” Y, en efecto, el Redentor
en la tierra no tuvo otro deseo que el de cumplir el beneplácito divino,
estando constantemente sometido a él. Y cuando en el Huerto su alma se vio
presa de angustias mortales, un grito de obediencia se escapó de su corazón:
“Padre mío, si es de tu agrado, aleja de mí este cáliz; no obstante, NO SE HAGA
MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA.”
“Se humilló a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filip. 2,
8).” Esta fue la mayor PRUEBA DE CARIDAD que pudo darnos; él mismo lo dijo cuando
pronunció estas palabras: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida
por sus amigos (Juan 15, 13).” Esta prueba de amor, el Señor no quiso negársela
ni a sus mismos enemigos. Así como era insaciable su sed de amor, también lo
era su sed de inmolación, por lo que no quedó satisfecho hasta haberse
entregado a sí mismo sin reservas de ninguna clase por la salvación de todos.
¡Oh, qué prodigiosa abnegación!
Al contemplar
a un Dios SACRIFICÁNDOSE con tanta generosidad por nuestro interés, ¿es posible
que aún dudemos en MORTIFICARNOS, corrigiendo ciertos defectos o determinadas
tendencias, causa de nuestras faltas e imperfecciones? ¿Podremos aún negar a
Jesús los sacrificios que nos pide y seguir apegados a las satisfacciones de
los sentidos, a los deseos del amor propio y a mil fruslerías, obstáculo grande
para nuestro progreso espiritual?
¡No, divino
Maestro mío! No quiero negar nada a tu Corazón sagrado. Abrasa, arranca y rompe
todo lo que es mío exclusivamente y no te pertenece a ti; hazme fiel a los
atractivos de tu divino amor. Estoy firmemente resuelto a NO QUEJARME de las
cruces que quieras enviarme y a no murmurar de las penas ni de los disgustos
que contraríen mi orgullo e inclinaciones.
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