MARTES DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


LA GRACIA ACTUAL

Un alma en estado de gracia, es decir, un alma sin pecado mortal en la conciencia, necesita de la ayuda divina para perseverar en tal estado. Esta ayuda se llama: GRACIA ACTUAL. Dios la concede en virtud de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, para remediar nuestra debilidad y hacernos capaces para huir del mal y obrar el bien. Conservar o aumentar en nosotros la VIDA SOBRENTURAL o la gracia santificante, y realizar OBRAS MERITORIAS para la vida eterna, son, según Santo Tomás, los dos efectos principales que surte la gracia actual.

La gracia SANTIFICANTE nos eleva a un género de vida superior a la condición de toda naturaleza creada; nos hace partícipes de la santidad de Dios y tiene por efecto inmediato el unirnos a nuestro último fin y hacernos participr de sus bienes y de su felicidad. Juzguemos por aquí cuán grandes son las excelencias de la gracia santificante. Pero estas excelencias recaen sobre la GRACIA ACTUAL, puesto que ésta debe consolidar y perfeccionar aquélla, haciéndonos participar aun con mayor largueza de las grandezas, de las riquezas, de la felicidad y de la naturaleza de ese Ser infinito que es Dios.
                           
A la gracia actual debemos también poder realizar ACTOS MERITORIOS, el menor de los cuales tiene más valor que todos los bienes creados. A cada instante podemos con ayuda de la buena intención, adquirir un aumento de gracia santificante, de gracia actual y de gloria para la eternidad. Y el mínimo grado de gracia y de glira es tan precioso a los ojos de la fe, que los santos, para alcanzarlo hubieran sufrido gozosos hasta la consumación de los siglos. Cuán poderosos motivos: 1º para estar ATENNTOS a los deseos del Espíritu Santo; 2º para no RESISTIRLE jamás, ni aun en cosas ligeras; 3º para estar siempre DISPUESTOS A OBEDECERLE; 4º para responder eficazmente a sus inspiraciones, a pesar de que ello REPUGE a veces a la naturaleza.
¡Oh Dios mío! Reconozco que sin tu socorro nada podríahacer en orden a mi salvación. Concédeme, por lo tanto, gran desconfianza de mí mismo, precaución para recurrir siempre a ti y abandono en ti de todas mis esperanza. Dame espíritu de vigilanci, de recogimiento de docilidad, para darme cuenta de tus luces, de tus atractivos, de tu obra santificadora en mi alma y parra tener el valor de corresponder fielmente a tus gracias.  

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