MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PENTECOSTÉS
EL
SOL DE LA EUCARISTÍA
Jesús en la divina
Eucaristía obra en nuestras almas del mismo modo que el sol que alumbra,
calienta y fecunda la tierra. “Yo soy la LUZ del mundo”, dijo el Señor; el que
me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá luz de vida (Juan 8, 12).” Manifiéstese
de un modo especial la verdad de estas palabras en el Sacramento del Altar,
porque él es foco de esplendores divinos, cuyos ardientes rayos se esparcen
desde los sagrarios por toda la Iglesia católica, comenzando por su Vicario, el
Soberano Pontífice, a quien hace
infalible, y continuando por los obispos, los sacerdotes, hasta llegar al más
escondido de todos los fieles. De Jesús en la Eucaristía y del Espíritu Santo
recibimos las luces sobrenaturales, luces de fe, dones de inteligencia, de
ciencia y de consejo y las buenas inspiraciones que nos llevan al bien.
¡Qué influencia debieran ejercer
semejantes irradiaciones sobre nuestra voluntad! Despertados, CALENTADOS y
reanimados por los rayos de gracia divina, ¡con cuánto ardor tendríamos que
aspirar a la unión con Dios! Santa Catalina de Sena vio un día a Jesús en una
hostia consagrada semejante a una hoguera de amor. ¿Cómo es posible, se
preguntaba ella, que los hombres no ardan inflamados de divina caridad, “ya que
nuestro Dios es como un fuego devorador?” Sencillamente porque nuestra alma es
demasiado terrenal, sensual, sensible a cuanto le atañe, a cuanto halaga su
amor propio. De lo cual provienen, sin duda alguna, la aridez, las
distracciones al meditar, al orar, en la Comunión, y por ello se progresa tan
poco en la sólida virtud.
Pero de nada
nos servirá que el Sol de Justicia lance sobre nosotros sus rayos para FECUNDAR
los corazones, para hacerlos crecer en santidad y méritos; de nada servirá que
nos haga ver los defectos que corregir en nosotros, las inclinaciones torcidas
que enderezar, la humildad y el recogimiento que adquirir, porque a causa del
apego de nuestros corazones a las cosas terrenas, esos rayos divinos no podrán
penetrar en ellos.
¡Oh Jesús,
fuego sagrado que por nosotros ardes, lanzando llamas de caridad infinita! Dígnate
PREPARARME para recibirte dignamente en la sagrada Comunión. Haz que me sean
provechosos los poderosos medios de santificación que encierras en la divina
Eucaristía. Concédeme fe vivísima para conocer tu grandeza y devoción al acercarme
a ti. Haz que luche denodadadamente contra mis malas inclinaciones y que
mortifique mis sentidos con la intención de alcanzar con más abundancia LUCES,
FERVOR y fuerzas suficientes para practicar la VIRTUD.
Comentarios
Publicar un comentario