MIÉRCOLES DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
TRES PETICIONES DEL
PADRENUESTRO
Nada existe que más pueda
ennoblecer nuestro espíritu, santificar nuestro corazón y tranquilizar nuestra
conciencia que la gloria de Dios, la gracia de Dios y el cumplimiento de la
voluntad de Dios. Buscar la GLORIA DE DIOS es la más sublime de todas las
intenciones. El Señor mismo la busca siempre, lo primero, en todas sus obras. Y
nosotros pedimos lo mismo cuando decimos: “Padre nuestro, que estás en los
cielos, santificado sea el tu nombre”, es decir, que el nombre de nuestro Padre
celestial sea conocido, honrado y glorificado en todo y por todos los hombres,
especialmente por nosotros, que oramos para realizar este deseo.
Cuando decimos después: “Venga a nos
EL TU REINO” pedimos que se establezca en nosotros el reino divino de la
gracia; porque por la gracia santificante vivimos la vida de Dios, y por la
fidelidad a la gracia actual aumentamos diariamente esta vida divina, que nos
hace participar de las grandezas y de las riquezas del Altísimo. Luego el reino
de Dios en el alma nos trae consigo todos los bienes.
Al pronunciar
estas palabras: “Hágase TU VOLUNTAD así en la tierra como en el cielo” queremos
decir que su divina Voluntad sea cumplida siempre por nosotros como se cumple
por los ángeles y por los santos; que la divina Voluntad impere en nuestros
corazones y dirija nuestra conducta. Porque esa Voluntad tan sabia, tan
perfecta y tan amable es lo más santo que existe en el cielo y en la tierra,
siendo su cumplimiento lo que siempre debemos desear. Que la Voluntad de Dios
reine sobre la Creación y la gloria de los cielos, y que nosotros la cumplamos
siempre, rindiendo así a nuestro Padre la gloria más pura y acreciendo en
nosotros el imperio de su gracia divina. Al no querer sino ver siempre cumplida
tan adorable voluntad, encontraremos la paz del alma, la santidad y la
salvación.
¡Oh gloria
divina, gracia divina y voluntad de mi Dios!, vuestras excelencias son
infinitas. Al GLORIFICAR a mi Creador,
renuncio a toda vanidad, a toda complacencia en mí mismo, y me abrazo, como los
santos y los corazones generosos, con la más digna de todas las intenciones. Al
trabajar para aumentar en mi la GRACIA habitual, santifico la esencia de mi
alma, perfecciono su fe, su esperanza y su caridad, hago que se robustezcan en
mi diariamente los dones y las virtudes que formaron a los santos, y afirmo al
mismo tiempo en mi alma el reino divino del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
Si Dios quisiera
concederme la dicha inefable de cumplir perfectamente su voluntad, sabría morir
a mí mismo, a mis ideas y a mis gustos personales ordenando pensamientos,
palabras y acciones, de modo que estén siempre conformes con el beneplácito
divino; no habría para mí pena ni prueba que no quisiera aceptar de buen grado
con tal de cumplir siempre esa Voluntad adorable. -¡Oh Señor! ¡Haz que éstas
sean siempre las disposiciones de mi alma, para que, como hijo sumiso y dócil,
esté unido a mi Padre celestial, Rey del universo.
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