SÁBADO DE PENTECOSTÉS
EL DON DE PIEDAD
Según Santo Tomás, el don
de Piedad es una santa y habitual disposición que nos hace honrar a Dios como a
NUESTRO PADRE, inspirándonos hacia él afecto verdaderamente filial, que nos lleva
a amarle hasta en la persona de nuestros prójimos, creada como nosotros a su
imagen y semejanza. Este don infunde un sentimiento de AMOROSO RESPETO y una
dulce TERNURA hacia el Señor, haciendo que nos honremos de tenerle por Padre y
no avergonzándonos de él delante de los hombres, antes nos gocemos hablando de
él, viéndole amado y glorificado de todos. Cuando se posee el don de Piedad, se
sienten las ofensas que se hacen a Dios más que las que nosotros mismos
recibimos, y nos dolemos con toda el alma siempre que le disgustamos, aunque
por ello no perdamos la paz interior, porque sabemos que Dios es Padre y que
perdona a los corazones arrepentidos. ¡Cuán nobles y cuán de desear son estos
sentimientos, inspirados por el don de Piedad!
Este don hace que nos interesemos por
cuanto se refiere al CULTO DIVINO, por las ceremonias de la Misa por el
esplendor de las fiestas litúrgicas, por el canto de los salmos y de los
himnos, por cuanto ayuda a engrandecer y dar pompa a los actos religiosos.
Cuando se posee el don de Piedad, ¡con qué satisfacción y transportes de
alegría se alaban y se exaltan las infinitas perfecciones de Dios y se llena
uno de regocijo al pensar en el culto de adoración y en los homenajes que la
corte celestial rinde en el cielo al Creador! También esta CORTE CELESTIAL es
objeto de una especial veneración por parte de las almas piadosas, porque
cuanto al Señor se refiere es para ellas digno de amor; por eso ruegan por la
Iglesia paciente y por la Iglesia militante, honrando en ésta de un modo
especial a los Pontífices y a los Sacerdotes, siendo devotísimos de sus
sacramentos y procurando siempre seguir fielmente su doctrina y preceptos.
¿Estamos
también nosotros animados de estos SENTIMIENTOS? ¿No somos quizá, desgraciadamente,
insensibles a la gloria de Dios, al honor de la Santísima Virgen, de los
Ángeles y de los Santos, y a los dolores de nuestra santa Madre la Iglesia?
¿Nos sentimos emocionados ante las bellezas del culto y de la sagrada liturgia
y ante los homenajes que se rinden a Jesús sacramentado? ¿Se duelen nuestros
corazones de las ofensas que el Señor recibe por los pecados de tantos impíos y
malos cristianos?
¡Oh Dios mío,
Espíritu de Amor! Te ruego me concedas el don de Piedad para poder sentir en mi
alma la unción de la devoción y el gusto de la oración; para que siempre y en
todo lugar pueda rendirte los homenajes que un hijo cariñoso habrá de rendir al
más amante de los padres; ayúdame, te lo ruego, para que con todo mi corazón
haga actos de ADORACIÓN Y DE AMOR a tus infinitas perfecciones, de
AGRADECIMIENTO por tus constantes beneficios y haga también frecuentes
INVOCACIONES para obtener de ti las luces y los auxilios tan necesarios para mi
alma.
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